Esta semana he recibido un sobre remitido por el Establecimiento Penitenciario de León. Contenía un regalo: el libro con los relatos finalistas del concurso de microrrelatos ‘Cinco lustros de prisión’ para conmemorar el 25 aniversario del Centro Penitenciario de Mansilla de las Mulas en León. El tema era libre. La única condición era incluir la palabra «prisión».
Por otro lado el miércoles fui al cine. Una torturada Angelina Jolie se empeñaba en meterse en la piel de María Callas. La propuesta… desconcertante. Aunque la ópera vino a rescatarnos. Así que no se si hablar de las estrellas rosas que parpadeaban en el talón de las zapatillas de la pequeña Rocío de mi microrrelato presidiario o de la estrellada diva que arrastró sus últimos días en zapatillas enclaustrada en un departamento de Paris entre los lacerantes barrotes de una soledad deseada.
A Rocío la conocí correteando por la sala de recepción de la prisión de Villabona, en Asturias, antes de pasar al locutorio cuatro para ver a Jordi, un antiguo alumno, al que mucho quiero, que por motivos que no vienen al caso permanece allí recluido.
A la diva ya la había escuchado muchas veces, rasgándose el alma entonando el «Oh mio babbino caro» de Puccini. Quizá pensando en su enamorado carcelero y verdugo, aquel con nombre de filósofo griego y apellido semejante al de Oasis al que se le coló una n de necio. Porque solo un ególatra puede condenar a la mujer que ama al ostracismo, prohibiéndola cantar para preservarla de los ojos de sus admiradores mientras se desfogaba con elegantes damas de la sociedad como Jackie, a la que le otorgó su apellido condenando a María.
A la niña de Villabona también la vida la ha condenado a crecer sin la mirada atenta de un padre que le vaya a buscar a la salida del colegio, o que la arrope por las noches. Siempre ha visto a su padre en un locutorio con cristal de por medio.
Preso encerrado, como aquellos que habitaron en el Parador de San Marcos, cuando fue cárcel durante el franquismo. Paradores pensó celebrar este carnaval con una fiesta proponiendo a los asistentes disfrazarse de presos. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica puso el grito en el cielo. Imperó el sentido común y retiraron la propuesta.
Y es que estar preso no da para muchas fiestas, aunque el papá de Rocío tiene las suyas cuando su hija acude a verle y brillan las luces estrelladas de sus deportivas en los ojos del recluso.
A María también le hubiera gustado tener una hija para cuajar sus mañanas de estrellas, pero cuando la vida se iniciaba en su vientre, Onassis también la mandó callar. María, callas…
Algo oscura salió la columna hoy.
Es lo que tiene ir a la prisión de vez en cuando, aunque allí también se atisba luz a menudo.