Desde siempre me ha generado curiosidad la oscuridad, la propia y la ajena. Y experimento lo que le ocurrió a San Pablo: «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago». ¿Cómo se explica? El cristianismo habla de ello y precisamente por eso, en tantas ocasiones, ha sido criticado: ¡todo el día hablando de pecado! Pero conviene conocernos; comprender de dónde nos vienen –para afrontarlos–, esas actitudes y comportamientos que llamamos pecados capitales que nos dañan y producen dolor: la soberbia, la codicia, la avaricia, la gula, la pereza, la lujuria, la ira.
Por otra parte, como estoy escribiendo la biografía de Popeye -un personaje de León- me he acercado en bastantes ocasiones, por lo que me cuenta, a lo que él denomina el bicho (la sombra, en terminología de Nietzsche). Y, por fin, en mí mismo y en los demás, cualquier observador con algo de sensibilidad puede apreciar de manera palpable ese mal, esa «sombra» que de alguna manera todos tenemos y que nos interesa gestionar para aceptarnos y comprender en profundidad a los demás.
En estas estaba cuando una amiga me regala Encuentro con la sombra. El poder del lado oscuro de la naturaleza humana, una colección de cuarenta y siete artículos breves escritos fundamentalmente por psicólogos yunguianos. Después de leerlo, he entendido un poco mejor cómo actuaron los médicos nazis (el «desdoblamiento»), qué mecanismos tiene nuestra psique para dejar en el inconsciente lo que consideramos no nos representa, qué es eso de las «proyecciones» que hacemos por ejemplo cuando nos enfadamos con otro y creamos un enemigo o cómo hemos ido guardando y olvidando de pequeños en «nuestro saco» eso que no cuadraba con nuestro entorno por esa necesidad básica de ser queridos. Me he acercado un poco más al fascinante mundo del inconsciente, en un intento de ser más consciente de mí y de lo que pasa a mi alrededor y en el mundo. En fin, he aprendido mucho.