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Entre la ambición y el poder

22/05/2024
 Actualizado a 22/05/2024
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Desde luego, los españoles estamos hechos de una pasta especial, a diferencia del resto de Europa del Norte. Quizá por pertenecer al arco mediterráneo, por nuestra moral judeo-cristiana o por el sentimiento trágico de la vida, que definía Unamuno.

Y una de nuestras peculiaridades, es ensalzar a las personas después de su fallecimiento, aunque en vida nos resultaran irritantes y dañinas. No hay país donde se otorguen tantas medallas a título póstumo, a personas que, en vida no recibían el reconocimiento merecido.

Algo así ha pasado al cumplirse el décimo aniversario de la muerte, asesinato, de Isabel Carrasco. He visto a Herrera, a Mañueco, diputados y otros especímenes políticos rendir homenaje a su memoria, lo cual me parece correcto, pero sin exagerar porque el carácter de aquella mujer, su afán por el poder y su autoritarismo no eran cosa de celebrar. Por donde pasaba dejaba un rastro de conflictos, rencores y malestar. En su propio partido se llevó a cabo una purga de más de doscientos militantes del PP, que ya la hubiera deseado Pedro Sánchez. Las Juntas Vecinales fueron saboteadas para colocar a sus afines, por lo cual que se crearon otras candidaturas. Pero su venganza se hizo más palpable en el Ayuntamiento de Coyanza. La ambición, dentro de nuestro entorno, la ejerció hasta el no va más la propia Isabel Carrasco. No es normal que se vanagloriara de ocupar numerosos cargos, como los siguientes, aunque posiblemente me quede corto: Consejera de la Junta; presidente de la Diputación; senadora; presidente del Partido Popular; consejera de Immocasa, Viproelco; Consorcio del Aeropuerto de León; del ILC; Gersul; Tinsa; Consorcio provincial de Turismo; Invergestión; inspectora de finanzas del Estado y finalmente consejera de la extinta Caja de Ahorros, cuyos enterradores fueron Santos Llamas, Ajenjo, Carrasco y Francisco Fernández –alias Paco Raquetas– que salió con medio millón de Euros, ignoro en base a qué.

Tal cantidad de empleos no creo que se debieran al rendimiento económico –que sí es posible– sino a la desconfianza y a ejercer el máximo control en todos sus ámbitos.

En otro orden de cosas, cobrando de tantos pagadores, supongo que la declaración de la renta le daría a pagar una barbaridad. Pero no. Dentro de la Agencia Tributaria era un personaje con predicamento. De hecho, cuando a alguien le cogía ojeriza, soltaba la artillería: «Te mandaré a mis inspectores». Dado su talante, no creo que fuera una amenaza en vano y todos a temblar.

Son efemérides lamentables que no habrían de darse en un país donde la buena convivencia y el diálogo fueran una constante. Y lo digo en un momento en que el país está desmembrándose por la misma ambición de otro presidente, débil en el exterior, implacable para los españoles y lleno de rencor.

 

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