Escucha, ¿lo percibes? Es el silencio, lo único que se oye en muchos pueblos. Se han largado hasta los pájaros. Y eso que la mayoría coincide en que se vive mejor que en las ciudades y dicen sentir nostalgia. El mundo rural se muere, todos lo sabemos. Y nos resignamos a preparar el funeral entre lamentos.
Décadas atrás, en el lugar que me vio nacer, vivían muchas familias. Los mayores me han contado anécdotas sobre el día a día de su infancia y juventud. Todos trabajaban en el campo o en la casa. Nada de horarios ni estrés.
El médico visitaba a los enfermos a diario. Había una jauría de niños que jugaban, iban a la escuela y crecían juntos. Cada día pasaba un tendero. El centro de ocio era el bar o cualquiera de las bodegas donde se reunían. Formaban una gran familia, rencillas incluidas. Vivían en sintonía con la naturaleza y eran personas felices.
Luego la gente se fue a las urbes y terminamos hacinados. Dejamos atrás grandes extensiones de tierras desiertas, condenadas al olvido.
Y llegó la pandemia. Ahogados en los pisos, valoramos el aire libre y el espacio. Como nos acordamos de santa Bárbara cuando truena.
Muchos quieren volver al pueblo y encuentran montañas de trabas en vez de ayudas.
He visto agonizar este entorno con el paso de los inviernos. No hay colegio, ni consultorio, ni bar, ni transporte. Solo hay misa cada dos domingos.
Y ninguna iniciativa para frenar la despoblación funcionará si no se facilita el acceso a unos servicios básicos.
Contemplo las ruinas desde la ventana. Colonias de gatos ocupan las casas que se derrumban víctimas del abandono. También algún animal salvaje campa a sus anchas. Dueños y señores de estos territorios cubiertos por la decadencia.
Espero que se aproveche el bofetón que nos ha dado el virus para intentar devolver el aliento a la vida rural, antes de llorar sobre su tumba. Quizá sea la última oportunidad de ver por estas calles personas felices. Como antaño.
Entre todos lo matamos y en silencio morirá
24/01/2023
Actualizado a
24/01/2023
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