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Era por finales de mayo…

04/06/2023
 Actualizado a 04/06/2023
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«Jamás volvió una tarde como aquella… tan amiga». Quizá sea por eso por lo que otro mayo volvió a despedirse llorando, aunque no tanto como hubiese querido la tierra. Ya iba terciada la tarde cuando la lluvia, como un leve llanto, rozó tejados y cristales con los nudillos, repiqueteando en lenguaje de agua: ya hace dos años… Y León supo de lo que hablaba la lluvia. Hablaba del hombre bueno, del poeta al que le faltó una zancada para alcanzar un verano y quedó atrapado para siempre en la última tarde de todos los mayos. Y desde entonces lo sabemos allí, en brazos de los ancestros con quien fue a reunirse, entre batir de mantecas y rezos de abuelas, repartiendo almuerzos en mares de trigo, porque Toño Morala será el eterno poeta del pan y la tierra.

Deseaba llegar a esta fecha para volver a mentarlo y utilizarlo de coartada para templar la vida, calmar ánimos y aliviar esas tristezas y cansancios de los que habló esta semana Alejandro Sanz, pero sufren millones de ciudadanos. Si. Andamos tristes y estamos siendo castigados por una contaminación acústico-política que ya dura demasiado. Cuesta esquivar la metralla que escupen los medios, alimentando monstruos que asustan con consignas de otro tiempo, como locos sin control, ni norte, ni respeto al ciudadano, haciendo de la bronca y el disparate su medio de vida; del insulto al adversario político, una profesión muy bien pagada (por nosotros) y del bulo y la calumnia, un arte. Caos, confusión e incertidumbre que pasó de los despachos a las calles donde la mentira ya es consigna, la negatividad cuelga en los tendales de los patios interiores, no consigues entender cómo diablos llegó allí y el cansancio se hace hastío. El ambiente está cargado y la desconfianza anda emboscada detrás de las miradas. Hay tristeza y alegría compartiendo aceras, pero todos igual de desorientados y huidizos, como si todo el que viene de frente fuese un peligro o llevase una pequeña traición en el bolsillo. Los señores del poder, que nos conocen, saben que sólo nos teníamos a nosotros mismos. Y ya, ni eso porque han sabido dividirnos. Ahora nos aprietan demasiado las costuras del traje que nos están haciendo y no tenemos zapatos para caminos tan torcidos. Es difícil evadirse de esta realidad que nos está quedando y no ahogarnos en la riada de fanatismo que nos engulle, salvo que salgas corriendo, te desnudes, te descalces y te laves los oídos y la memoria en el reguero.

Avisadme cuando los tanques hayan llegado al otro lado del bosque y el histriosnismo haya sido acallado por los mirlos. Avisadme cuando ya no queden ‘patriotas’ en las calles y se hayan perdido en el fondo de sus palacios. Avisadme cuando ya sólo queden ahí fuera ciudadanos de bien celebrando algaradas de silencio. Solo entonces abandonaré ese rincón silencioso en el que me escondo, desde el que se ve la espadaña de la iglesia y la cuesta que sube al monte. Allí, tras el cuarterón entornado, con el camisón arrugado, los pies sucios de barro y un par de manzanas para comer a deshora, será el punto de espera. Allí pasaré los días, acunándolos para sentirlos más leves, limando las orillas de las horas para que no resulten tan anchas, arrancando las zarzas que nazcan en las sabanas y esquivando el dolor en cada cosa y cada instante. Porque conocer el dolor, el de verdad, el que encoge y hace llorar porque hay una herida muy grande, te hace recordar lo que está ocurriendo con la Sanidad Pública que tanto necesitas y vuelves a estar triste y cansado. Y después sonríes recordando que tienes la suerte de vivir en León, donde hay versos para acallar todos los ruidos, poemas para cubrir las noticias, ventanas para bajar el volumen de la vida y cuentos en los que no ocurre nada, donde sólo haya camino, polvo y el silencio de los poetas muertos. Sólo Toño, su trigo y sus surcos, su mano fuerte y recia garabateando letras de chocolate y nata para que las lamiesen sus niñas. Y no sería de extrañar que tropiece allá, en cualquier sendero del fondo de los tiempos con nuestro Caminante, el poeta sin nombre de los caminos leoneses. Se reconocerán a lo lejos, ondeando brazos a modo de saludo, sonrisa franca y abrazo fundido. Toño, con su visera calada y camisa de cuadros. Caminante, el poeta de la negra figura, bajo su sombrero de paño, con los amuletos de la buena y mala suerte colgando y aquel gran cinturón con el que amarraba las penas. El loco trovador que llevaba la vida en un zurrón, enredada con versos que disparaba al aire mientras nosotros intentábamos descifrar sus mensajes y el caos que los provocaba. Hoy, mi recuerdo a dos poetas de los que anduvieron los caminos. En especial a Toño, que sabía lo que decía: «Habrá que calzar de nuevo los viejos zapatos, esos roídos por los tropiezos con las piedras diarias y dejarse llevar por ellos… ellos saben los caminos de regreso, y así nos convertimos en trotamundos de nosotros mismos».

Sí, era por finales de mayo… Jamás volvió una tarde como aquella… tan amiga.
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