Trump ha tomado posesión de su cargo el pasado lunes en medio de fastos horteras, como era de esperar, bailando al son de Village People y rodeado de esa élite de millonarios que controlan casi todo, los hombres de Silicon Valley. Tanto poder reunido da vértigo. Las reacciones no se han hecho esperar. En España, la derecha libertaria ve a Trump como a una especie de salvador que generará seguridad y prosperidad en sus decisiones macroeconómicas, persiguiendo la ideología ‘woke’ y mostrándose inflexible con todo aquello que suponga una amenaza, sobre todo no tendrá piedad con la inmigración ilegal, a no ser que le convenzan las sensibles palabras de la pastora episcopaliana Marian Edgar Budde, quien ha rogado misericordia con aquellos que viven, trabajan y contribuyen en la tierra de las oportunidades con o sin papeles.
También se mostrará implacable con las dictaduras comunistas que aún resisten en la América hispana, como Cuba, Venezuela y Nicaragua. Pero habrá paz, porque Trump no quiere guerras, él ha venido a hacer negocios que frenen la escalada de China.
La izquierda progresista ve en Trump al anticristo. Aranceles, gasto en Defensa, fin de chiringuitos varios y una política económica proteccionista que desprecia los eslóganes y el contenido de la Agenda 2030. Minutos le han faltado a Sánchez para proclamarse adalid de la cruzada mundial contra Donald, pero a tenor de su delicada posición, creo yo, permítanme la ironía, que a estas horas Trump debe estar temblando.
Quien debería tomarse una tila o un buen copazo para armarse valor es el PSOE, porque si los bombazos que se van destapando son ciertos y el ínclito Puigdemont se pone farruco desde Bélgica y no firma y además se une al PP para tumbarle sus medidas, va a tener que ir encargando sobres y papeletas porque no se sostiene más en Moncloa. Ay, que dicen las chicas de The Objective que ya lo ha hecho. Un invierno crudo, a ver la primavera.