Entre las lecciones de vida que me regala la mi Caminín —unas en su columna de los sábados, otras en la cosa del género epistolar cibernético diario, diga Quequé lo que quiera—me encuentro que también ella no es demasiado enemiga, más bien nada, de las pintadas que tienen cosas que decir. Es más, yo diría que son una filosofía vital y la solución a tantos problemas.
Y razona, a mayores, que le dan a la ciudad una estética decadente muy acorde a los tiempos que corren.
Sin ir más lejos, que hay que volver, ¿hay mejor forma de definir la atonía de esta tierra que con aquella vieja pintada de un cementerio de la montaña: ‘Toda la vida esperando que pasara algo... y se me pasó la vida’?
Si es que en nuestras paredes estaba escrita la solución, pero las borraron. Ahora se lamentan de que Trump se nos metió en casa sin que le abriéramos la puerta. Ya hace años que en el barrio de San Mamés nos habían avisado con un mensaje directo: «¡Erradikemos la Coca Cola!». Lo dejamos pasar entonces y ahora nos encontramos con el problema, si en vez de tapar la pintada le hubiéramos hecho caso. Que también los antimilitaristas se mostraron ingeniosos y cuando veían un aviso de aquellos de ‘Prohibido fijar carteles’ lo tuneaban a un ‘Prohibido fijar cuarteles’. Si les hubiéramos hecho caso.
Hasta los republicanos se debajan ver con ingenio y cuando irrumpían aquellos primeros mensajes que dicen xenofobos de ‘No queremos inmigrantes sin papeles’ ellos añadían ‘y con papeles tampoco...' colocando al lado de su epílogo una foto de una señora griega muy bien peinada que entonces era reina y ahora ya solo es cuñada de Bárbara Rey, por lo que le tengo yo escuchado a Peñafiel y Ana Rosa.
Pero no le quisimos hacer caso a lo que nos contaban aquellas paredes que hablaban, que tenían solución para casi todo y ahora nos hemos quedado huérfanos porque en una pared del Polígono X taparon un consejo que merecía luz y taquígrafos: «Párate un momento... y piensa».
Si hubierais erradicado la Coca Cola entonces...