07/12/2023
 Actualizado a 07/12/2023
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Para empezar, por lo visto la Junta Vecinal de Devesa vuelve a abrir el bar, de lo que nos alegramos muchos. El asunto molar de toda esa polémica, no buscada por un servidor, no es el fondo (abrir o cerrar un local), sino la forma. En democracia la forma es tan importante como el fondo. Ya sabéis lo que decía Julio César: «La mujer de César no solo no tiene que ser puta, sino que tiene que parecer que no lo es...»; a lo mejor no es exacta la transcripción, pero así se entiende perfectamente... Si, por desgracia, he pisado algún callo malayo, lo siento en la forma pero no en el fondo, porque lo de la semana pasada era una constatación de lo que ocurre en los organismos cuando un partido gana unas elecciones: en general, intentan destruir lo que hicieron «los otros», sin reparar si era bueno o malo, sólo por la mera realidad de que no fueron ellos los que lo llevaron a cabo, y eso sí que es una desgracia y una equivocación. Todo viene sobrevenido porque, para ellos, los rivales son enemigos y no adversarios. Con estas mimbres, lo normal es que el cesto que sale sea un desastre, un trasto inservible.

A lo que vamos: en el artículo de hoy, y dado que estamos cerca de la Navidad católica, que es tiempo de alegría, de fiesta y de regalos (muchos de ellos estúpidos), y visto que los rusos siguen siendo tratados como ‘no-humanos’, negando su historia, despreciando sus logros y advirtiéndonos que son los nuevos hunos, gentuza que sólo busca la conquista de Europa, repitiendo el rapto de la leyenda griega, y que se está cancelando su cultura en el occidente ‘civilizado’, uno quiere romper una lanza a su favor, (¡otra más!), y no espero que sea la última.

Tengo el atrevimiento de aconsejaros unos cuantos libros escritos en idioma ruso, que me parecen estupendos, atemporales, imperecederos... Comienzo con los ‘Cuentos de Chejov’. Han sido, desde su publicación, fuente de inspiración de todos los cuentistas que en el mundo han sido y serán. Sin ir más lejos, si leéis los de Pereira, autor leonés de Villafranca, os daréis cuenta que tienen un tufo inequívoco a los de don Antón: picardía, sorna, crítica social, amor, amistad y deseos inalcanzables. Es tal su influencia que muchos que sus ‘copiones’ lo han reconocido sin ambages y no por ello tienen merma de calidad. Seguimos con las recomendaciones: Gógol y sus ‘Historias de San Petersburgo’, que cuesta, en su edición barata once euros y que contiene algunos de los mejores cuentos de la literatura universal: ‘El Capote’ («todos hemos nacido del Capote de Gógol»), ‘La nariz’, un adelanto del surrealismo cien años antes de que se inventase; ‘El retrato’, ‘Diario de un loco’ (donde el protagonista quiere convertirse en Rey de España), y ‘La avenida Nevski’, cuento en el que te das cuenta de que todo es vanidad de vanidades. Este señor, Gógol, nació en Ucrania, pero escribió en ruso toda su vida, como tantos y tantos. También fue autor de la primera novela moderna, ‘Almas muertas’, absolutamente genial.

Podríamos seguir con cientos de escritores rusos y soviéticos, pero sería agobiante hacerlo: tal es la cantidad y calidad de sus juntaletras. Y sería hacer el juego a los que intentan denigrar los logros, que les hubo, de la época soviética. Cuando concedieron el Nobel de Literatura a Pasternak, nos hicieron creer que fue por su ‘Doctor Zhivago’, cuando lo cierto y verdad es que lo habían nominado, antes de dárselo, seis veces, sobre todo por la calidad de su poesía. El ‘Doctor Zhivago’, fue vendido como una obra anti-soviética, y no sé si tenían razón o no, pero lo que no se puede hacer es obviar todos sus escritos, maravillosos, anteriores. Lo que de verdad me molesta es la estrechez de miras de nuestros modernos censores, esos que, por ejemplo, derriban todas las estatuas de Pushkin, el padre de toda la movida, en Ucrania, en Lituania o en Estonia, renegando de sus orígenes, esquilmando todo lo bueno que aportó, y ha sido mucho, a la literatura universal.

Renegar del pasado de uno es un error inmenso. No se puede obviar lo que nos dieron nuestros ancestros. Hacerlo, es desechar, olvidar, nuestras raíces. Es tan idiota como derribar las estatuas de Colón, de Cortés o de Pizarro, deporte que practican nuestros descendientes en América sin sonrojarse. 

Lo molar del asunto es creer que la propaganda influye en todos los órdenes de la vida. A título de ejemplo, estos días se escribe en los papeles que los rusos han perdido mil hombres por día desde que comenzó la guerra. Sin ser Pitágoras, porque la operación es sencilla, resulta que la han palmado seiscientos mil; esto no se lo cree ni el que asó la manteca: ningún país, por muy carnero que sea, puede permitirse esas bajas; y más cuando por desgracia para los occidentales, resulta que van ganando los ‘no-humanos’. Y los que pierden, los ucranianos, ¿cuántos muertos cuentan en sus filas? No quiero hacer las cuentas, pero deben de ser muchos más, según la teoría de los expertos en trolas. Lo que intento dejar claro es que insistir en explicar que Rusia no forma parte de la historia europea es un error de bulto, una estupidez, una ‘frivolité’, una maldad interesada... Salud y anarquía.

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