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Esos chicos en las verdes praderas

06/05/2024
 Actualizado a 06/05/2024
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Las protestas contra la guerra que estamos viendo estos días en numerosos campus norteamericanos (también algunos en Europa) han venido a sacudir con éxito notable un problema verdaderamente enquistado, poniendo en un brete tanto a los líderes republicanos como a los demócratas. Ninguno parece sentirse bien con la libertad estudiantil, con el deseo de los jóvenes de intervenir en la marcha del mundo, ni tampoco con el ejercicio del espíritu crítico. ¿Acaso no es eso lo que debe aprenderse en la universidad? A veces es necesario hacer algo diferente para que los resultados sean diferentes. 

Se diría que los estudiantes, mucho menos limitados que los políticos por los habituales conflictos de intereses, han decidido pronunciarse en favor del pacifismo, como ya hicieron otros muchos en otras grandes ocasiones de la historia. Inmediatamente pensamos, al verlos en Columbia, o la UCLA, y en tantas otras (porque la protesta no está limitada a unas pocas universidades), que han retomado la lucha contra el sistema, contra lo inamovible, contra una especie de destino indomable, que desde la alta política se dibuja como una cosa de adultos, no de estudiantes en sus verdes praderas. «Ya veréis cuando seáis mayores», parece que les han dicho a algunos, con ese terrible aire de suficiencia. Pero en realidad ellos son absolutamente adultos, aunque se les acusa, ay, del pecado de juventud… Nada nuevo bajo el sol. 

Tiene gracia que unos miles de jóvenes estudiantes hayan dado una lección a dos políticos octogenarios enzarzados en una carrera electoral furibunda. Biden ha pedido mesura en las protestas, pero muchos campus han sido tomados por la policía, los estudiantes detenidos (¡por pacifistas!) y las acampadas levantadas sin más miramientos. Es tiempo de graduaciones, y eso en Norteamérica es casi sagrado. Los birretes estaban a punto de empezar a volar como las viejas golondrinas, y se me ocurre que no hay mayor alegría que la del joven graduado, acompañado de amigos y familia. Pero he aquí que estos jóvenes estaban exactamente en otra cosa: a pesar de vivir en un Edén, en campus renombrados (y extremadamente caros), los muchachos sintieron la necesidad de mostrar solidaridad con los que sufren la guerra, con la terrible situación de Gaza, y con los que nunca tendrán, me temo acceso a una educación de ese nivel, en los verdes parterres del triunfo. 

¿Cuál es el problema, si puede saberse? A menudo hablamos de nuestros jóvenes como seres decididamente enganchados a la tecnología, sin mayores intereses más allá de las pantallas, y convertidos a la simplificación y el maniqueísmo que suele abundar en las redes sociales. Conviene no hacer juicios de valor tan rápido. Porque, llegado el caso, los jóvenes estudiantes pueden darnos una gran lección a todos. Y en los campus estadounidenses lo están haciendo, recordando Vietnam, por supuesto, recordando, incluso por la coincidencia del mes, al mayo del 68, del que no faltan nunca los detractores, dispuestos a saltar sobre cualquiera que defienda la idea de la imaginación al poder. La imaginación es peligrosa, es cierto. Como la creación y el arte. Sabemos bien cómo son estas cosas, el miedo ante la inteligencia creadora, ante el espíritu crítico, que suele chocar con los que nos quieren previsibles, observables, bien pastoreados por los algoritmos. O en el barro de las redes, que es el entretenimiento perfecto para atarnos y gobernarnos a todos en lo intrascendente, en lo banal, en el ruido y la furia. 

Biden ha reconocido la libertad de expresión (¡sólo faltaba!), pero se ha mostrado remiso y asustado, a pesar de que sus actitudes timoratas y confusas le están haciendo perder terreno electoral. No parece lo más importante de esta protesta el bloqueo de los campus o los daños que puede haber tenido el mobiliario urbano. ¿Eso es lo más importante, cuando hablamos de lo que hablamos? ¿No debemos luchar desde la universidad contra el maniqueísmo contemporáneo, contra la simplificación, con las ideas contrarias a la ciencia? Los estudiantes han comprendido el mundo complejo y han abominado de esa división pueril entre lo bueno y lo malo, entre lo blanco y lo negro. La lección la han dado esta vez los estudiantes. 

Donald Trump, favorecido por el desgaste de Biden, del que, por supuesto, es absolutamente consciente, pide a los estudiantes que dejen de manifestarse y protestar, porque, vino a decir, «a los campus se va a aprender». Creo, honestamente, que eso es exactamente lo que los chicos han hecho. Lo están demostrando. Y no así estos políticos de otro tiempo, particularmente Trump, que intentan enviar mensajes de una apabullante simpleza, de un infantilismo atroz, sin comprender absolutamente nada de lo que va esto. No es la primera vez que se llama lunático al que no hace aquello que se supone que debe hacer, según los intereses creados. Claro: los lunáticos siempre son los otros. Y esto te lo dice Donald Trump, un defensor de la ignorancia y de la superficialidad, que, no se olviden, son cosas que también dan muchos votos, de alguien que, al parecer, vio con buenos ojos el carnavalesco asalto al Capitolio. Trump, probablemente, será el próximo presidente de los Estados Unidos. Los problemas de acoso a la democracia, a lomos de un autoritarismo tosco y desatado, se están dando desde hace tiempo, y crecen peligrosamente en Europa. Biden habló de estos problemas, y con razón, pero en lo tocante a las protestas de los estudiantes en las universidades norteamericanas no ha estado a la altura. O quizás no ha podido estarlo. 

Y esto plantea un serio problema para la independencia de las democracias y para la libertad. Las imágenes de los campus, tomados por la policía, desmantelados a toda prisa como quien quiere arrancar un mal de raíz, como quien no puede tolerar que se quiebre la pulcritud del primer mundo, son tristes y preocupantes. Preocupante como la cuidadosa selección de los términos, la vigilancia semántica, que a veces parece importar más que el desarrollo de los sucesos trágicos. Todo eso que habla tan alto de la hipocresía y la tergiversación de la alta política, dispuesta, si llega el caso, a adaptarse a los guiones marcados cuanto sea necesario, por más que los estudiantes pataleen en los campus, sin tener en cuenta el tamaño de la verdad. Sin importar lo que se ve, porque no debemos creer a nuestros ojos.
Pero resulta que estos estudiantes, y los que vendrán, han llenado de dignidad las verdes praderas de esos campus carísimos. Han dado una lección a la política obsoleta, unidireccional, que no permite salirse ni un ápice del carril marcado. Y en ellos está, sin la menor duda, la esperanza del mundo. 

 

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