Hace años que no suelo prodigarme en bares y discotecas salvo que haya algún motivo de celebración. La música tan alta es un arma de doble filo porque igual te zafas del monólogo de un gilipollas que te pierdes la charla con alguien interesante. Sales igual que entraste, pero con la resaca apuntando en el horizonte y pensando en cómo vas a encontrarte la cocina después de que tu hijo y sus amigos hayan cenado opíparamente. El caso es que una noche, hará un par de semanas, la cosa fue más allá y viví una experiencia netamente paranormal. Terminando la cena y rodeada de amigas que charlaban animadamente, sentí que me iba separando poco a poco de mi cuerpo hasta que pude contemplar la escena a unos escasos metros de la mesa. Todas se levantaron, yo incluida, y se dirigieron a una zona del local donde había una barra y espacio para bailar. Al poco tiempo, se acercó un grupo de hombres y uno de ellos, que parecía muy agradable, abordó a mi doble. Habían gesticulado sin escucharse durante varios minutos cuando una de mis amigas atravesó el cuerpo del hombre como si estuviese hecho de aire. –¿Con quién hablas? –dijo extrañada. Fue entonces cuando me di cuenta de que aquel interlocutor era un fantasma. Al principio tuve miedo, claro está, pero pronto me vinieron a la mente todas esas películas en los que seres sobrenaturales atraviesan dimensiones para dar un mensaje o pedir algo concreto a aquellos a los que se aparecen. De este modo, me acerqué a la escena y me dicté al oído lo que debía decir, de forma que preguntamos al espectro qué quería de mí, a lo que contestó que era amigo de un novio que tuve a los veinte años y que su función era recordarme que él no me había olvidado, obviamente para mal.
Traté de recordar quién era yo a los veinte años, pero la persona que me venía a la mente era tan distinta a la que ahora soy que me pareció un esfuerzo inútil ese viaje monumental que el tipo había realizado desde el más allá.
Pensé en darme la vuelta y que ambas le dejásemos con la palabra en la boca, pero me pareció oportuno tirar de mis conocimientos de Derecho y le recordé que incluso ciertos delitos penales prescriben a los quince años, entre otras cosas porque se metería en la cárcel a una persona distinta. Esto le dio que pensar durante un par de segundos, pero debido a que los fantasmas son de piñón fijo y ellos vienen a dar su mensaje, no dio su brazo a torcer.
Fui al baño, me lavé la cara y traté de delimitar por qué ‘realmente’, me había abordado aquel ente y cómo podía librarme, no tanto de él, como de todas aquellas sombras susceptibles de llegar desde un pasado remoto, cargadas con su propia basura emocional. Llegué a una conclusión y me acerqué de nuevo. Mi doble se veía incómoda, pero sonreía como paralizada por la manipulación, manteniendo una compostura diplomática y reprimiendo una culpa que no le correspondía. Decidí conscientemente volver a mí. Me alejé lo suficiente de él como para subrayar la distancia mental y que se alejaba mucho de la que él creía su misión. Había venido a sellar un tiempo ya cerrado, sepultado, una puerta que no se volvería a abrir. No sonreí más. Di por finalizada la charla y mientras él se desdibujaba le di las gracias.