Cuando hemos dejado atrás el verano, y dando comienzo al otoño, este casi viene coincidiendo con la festividad leonesa de San Froilán, considerada como la verdadera fiesta que, junto con la vecina ciudad de Lugo lugar de nacimiento del Santo, allá por el año 833, celebramos el domingo previo al 5 de octubre de cada año, con entusiasmo, el verdadero sentir de la provincia como así se pone de manifiesto desfilando por la ciudad portando los pendones representativos de la identidad de una tierra que lucha por mantenerse viva, pese a los avatares y abandonos que sigue padeciendo. Se muestra este día como una marcha cargada de ilusión y de esperanza donde los niños, jóvenes y mayores expresan con su presencia lo que fuimos y de lo que nos resistimos a no ser. Aunque tenga dudas sobre los milagros sobrenaturales atribuidos a cualquier santo, de lo que no cabe la menor duda es de que en lo que a nosotros nos toca, es el presumir del santo Froilán que fue enterrado en la antigua iglesia de Santa María.
Sin querer profundizar en la vida del mentado patrono de la diócesis de León, que eso lo dejo para los buenos historiadores que tenemos en esta tierra, me quiero referir, como casi todos los años, al desfile de carros y paisanaje, acompañado por la familia para que los nuevos descendientes no se olviden de que la verdadera celebración de la fiesta de León es la del Santo Froilán, dejando las de San Juan y San Pedro para días de entretenimiento y diversión en general atisbando la llegada del buen tiempo. No cabe la menor duda a casi nadie de los presentes que abarrotan el recorrido de la cabalgata desde las aceras, sin distinción de edades, que al ver pasar los pendones representativos de las localidades de nuestra provincia así como lo ejemplares, generalmente, del vacuno que casi muchos de nuestros descendientes no han visto de cerca, vemos el paso del tiempo reflejado en los mentados pendones así como en los atuendos de antaño, dejando patente la presencia de esas las localidades de nuestra provincia que se resisten a desaparecer.
El buen tiempo contribuye, como colaborador necesario, a dar esplendor a la celebración. No cabe la menor duda de que a todos nos gustan las conmemoraciones, sobre todo las que nos hacen recordar lo que representamos en otros tiempos y lo que nos cuesta aguantar el tipo en los presentes. Recordando aquellos bueyes que eran objeto de comentario por los espectadores guiados por un hombre y una vara, generalmente de avellano, con punta en la delantera (aguijada) para dirigir al ganado, parece que volvemos a vivir aquellos tiempos pretéritos que nunca se olvidan. Este año volvieron a tener protagonismo, sobre todo entre los pequeños, como generalmente sucede, la veintena de carros debidamente engalanados así como los más de trescientos pendones leoneses (sin segundas, que aquí siempre aparece el chiste fácil) llenando de regocijo la ciudad. El día estuvo amenizado, como es de rigor, una vez más por el enfrentamiento entre el Cabildo y la Municipalidad sin que, como viene siendo habitual, la sangre llegase al río.