Cuantas historias acumula en sus recuerdos la inolvidable Estación de Matallana, y que en aquellos años (50, 60 y algunos más), gracias al Sr. Tagarro (Factor autorizado que en ausencia del jefe hacia la veces) supe que el acrónimo de Feve significaba, ‘Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha’. Imposible olvidar el servicio hizo a tantos habitantes allí por donde transcurría, cuando los vehículos a motor estaban reservados para solo una parte de la población.
La estación de Matallana era nuestro fortín inexpugnable en nuestras batallas entre los chicos del barrio de Renueva y los de otros barrios colindantes. La protección, a tal efecto, y con la connivencia cordial de algunos empleados de aquel ferrocarril de la Feve, hizo que repeliéramos los ataques, protegidos por aquellas tapias de ladrillo (hoy desaparecidas) de casi dos metros de altura que lindaban con la avenida del Padre Isla. Esto, en parte, era lo que nos afectaba a lo chicos de la calle de Renueva a la hora de llevar a cabo las correrías en aquellos años. La estación, entre otras otra actividades, era nuestro campo de fútbol como terreno protegido al ser terreno de la Feve frente a los inolvidables guardias (me acuerdo sobre todo de Julio el del bigote y el otro Julio, Franganillo, que además de regular el trafico se encargaban de mantenernos a raya, que dicho sea de paso, falta nos hacía), por unos escasos sueldos que por entonces percibían.
Como he comentado en otras ocasiones, ahora que vivo a escasos metros de la querida estación desde donde diviso por la terraza, con toda claridad, la poca actividad que en ella se lleva a cabo, y lo comparo con la llegada de aquellos trenes que, a primera hora venían cargados de viajeros, fundamentalmente de localidades cercanas, con aquellos cántaros de leche, cestas con huevos y demás artículos para su venta en la capital antes de que llegara su prohibición, y después de pasar por el cedazo de ‘Fielatos y Consumos’. De esta forma se vivía en aquellos años.
A pesar de que muchos realizaban el transporte en bicicletas adaptadas para el transporte de la mercancía, la mayoría lo hacían utilizando el mentado ferrocarril de la Matallana. Tanto los usuarios del tren junto con los empleados eran como de la familia debido al continuo trasiego que diariamente se producía, retroalimentándose unos a otros sin mayores problemas. Debido a la edad que uno acumula, tengo en la memoria a algunos jefes de estación como D. Paco y D. Valentín, o al conocido Factor Autorizado Sr. Tagarro, el cual, como consecuencia de vivir en la misma estación, no faltaba nunca a la hora de expender los billetes a primera hora de la mañana que permitían el viaje por módicos precios.
No es fácil concentrar en pocos artículos lo que supuso la estación, para los habitantes de las zonas por donde transcurría ni las anécdotas que allí tuvieron lugar. Traigo a colación de quienes me leen o vivieron aquellos años la actividad que de la estación se desprendía. Aunque con unos sueldos adaptados a los tiempos, o sea escasos, eran unas cuantas familias las que vivían del ferrocarril. El viaje desde Bilbao a León vendría tardando unas doce horas (si no me equivoco) lo que hacía necesario que los ferroviarios vinieran provistos de la famosa olla ferroviaria para aminorar gastos. Entonces no se llevaba, o no se podía, comer de restaurantes o casas de comidas, salvo en situaciones imprevisibles. Con el tiempo se construyó un pequeño edificio, adosado a la pared que daba con la calle Federico Echevarría, para que los ferroviarios de fuera pudieran pasar la noche con los servicios, tanto de cocina como de higiene, cubiertos. Continuará…