15/01/2020
 Actualizado a 15/01/2020
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No descubro ningún exoplaneta si digo que hoy la mayoría de españoles vive sumergida en una deplorable confusión mental y política. No es un estado natural, sino inducido, provocado no sólo por los hechos, sino sobre todo por los mensajes políticos que interpretan y valoran esos hechos. Y a mayor confusión, ya se sabe, mayor necesidad de simplificar y agarrarse a los dogmas.

A mayor confusión, sí, mayor fanatismo y sectarismo. Los dogmas se agazapan como cangrejos ermitaños tras unas pocas palabras. Palabras a las que se vacía de significado para rellenarlas de emociones altamente explosivas. Por ejemplo, la palabra ‘progresismo’ o ‘izquierda’. Prácticamente sirven para justificar lo que se quiera. O la palabra ‘derecha’, convertida ya en insulto, sinónimo de ‘facha’ o ‘extrema derecha’. Palabras totalizadoras que funcionan como cámaras acorazadas, protectoras, que no requieren ningún esfuerzo mental, que empiezan y acaban en sí mismas. Como dijo genialmente El Roto, «estamos vaciando las palabras de significado para que podáis hablar libremente».

Estas palabras sirven para definir el marco mental, para acotar el espacio sobre el que construir mensajes igualmente simplificadores y envolventes. Es aquí donde intervienen decisivamente los ‘intelectuales’, los ‘columnistas’ y los ‘tertulianos’. Es sorprendente el empeño de este ejército (muchos de ellos auténticos mercenarios) en construir, mediante una reestructuración cognitiva global, un nuevo marco mental apto para los cambios radicales que se están preparando y que afectan a las reglas democráticas básicas que nos han dado estabilidad política durante los últimos cuarenta años.

El objetivo es ir desmotando todos aquellos artículos de la Constitución y las leyes que impidan la imposición de un nuevo Estado ‘plurinacional’, o sea, el desguace de la Nación española y el desmoronamiento del Estado democrático que la ampara; o sea, que permita la independencia de Cataluña y de todas las neonaciones que vengan detrás. Veamos cómo razona uno de estos ‘intelectuales’, el argentino Mariano Bacigalupo, marido de la ‘vicecuatripresidenta’ del Gobierno, Teresa Ribera (otro ejemplo de esa ‘política de gananciales’ que han ‘normalizado’ los Ceaucescu de Galapagar).

Escribe (en El País, claro): «La fórmula España, nación de naciones, es plenamente compatible con el artículo 2 de la Constitución, que proclama ‘la indisoluble unidad de la Nación española (…) y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran’». ¿Cómo? ¿Cómo hacer que un huevo sea al mismo tiempo una castaña? He aquí la pócima: mediante «la reforma constitucional del Estado autonómico en clave federal (plurinacional)», porque la «unidad política del Estado es plenamente compatible con la pluralidad de identidades nacionales». «Es la fórmula del federalismo español». «La federación es un Estado (soberano) integrado por Estados (no soberanos), esto es, un Estado de Estados». (Vean cómo la soberanía se pone entre paréntesis).

Bueno, pues ya ven, hay espacio para una Mesa de negociación (léase claudicación), en que se pueda hablar de todo, o sea, hablar de lo único que los independentistas van a hablar. Ya puede llevar Sánchez y su monaguilla Lastra crema catalana de postre y hasta Iglesias Turrión su agenda 20/30/40 ó 50, que allí sólo se va a hablar de más transferencias (si queda alguna), blindajes, dinero, y sobre todo del objetivo final, el «encaje jurídico-político» de la independencia. El argumento último ya lo ha expuesto el perogrullesco Tardà de modo irrebatible: «Nos queremos marchar porque tenemos ganas de marcharnos». (Y los demás, ¿de qué tenemos ganas?)

Pero vuelvo al inicio. Se trata de ir paso a paso, y el primero es crear un estado de confusión e incertidumbre general que prepare el espacio para imponer sin resistencia la solución final. Ya lo expuso Stefan Zeigt: «En 1933 y todavía 1934 nadie creía que fuera posible una centésima, ni una milésima parte de lo que sobrevendría al cabo de pocas semanas». El método fue: «Una dosis y, luego, una pequeña pausa. Una píldora y, luego, un momento de espera para comprobar si no había sido demasiado fuerte. Las dosis fueron haciéndose cada vez más fuertes. Lo más genial de Hitler fue esa táctica suya de tantear el terreno poco a poco e ir aumentando cada vez más su presión».

Siendo tan claro el proyecto, la táctica, la estrategia, el menú, la mesa y los mesoneros, parece increíble haya alguien que todavía no lo vea. Es sin duda mérito de ese programado intento de confundirnos, al que sirven cada día con mayor arrogancia y fanatismo muchos de los opinadores y tertulianos de turno.
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