Dentro de exactamente dos meses y cinco días se cumplirán ya veinte años del que probablemente fuera uno de los momentos más gloriosos de la política leonesa en lo que se llevamos de siglo. Se celebraba en el Ayuntamiento un pleno para votar una moción de censura que terminó arrebatando la alcaldía al socialista Francisco Fernández para devolvérsela al popular Mario Amilivia, con el apoyo del tránsfuga José María Rodríguez de Francisco, en su día delfín de Morano Masa y convertido muy pronto en tiburón únicamente de sí mismo. Fue uno de los más sonados intentos de suicidio del leonesismo, que tardó más de una década en recuperarse de aquella traición, aunque sus conductas autolíticas hayan seguido repitiéndose hasta hoy, ahora a cargo de Unidad Leonesa.
En su magistral intervención, el concejal Javier Chamorro cumplió los cánones de los mejores narradores: captar la atención del público, generar una emoción (en este caso de enfado), introducir una sorpresa que lo cambiaba todo y, para el que quisiera, hacer pensar. «Representa lo miserable y toda la soberbia de la política. Es personalmente miserable, maledicente y conspirador, una persona a la que terminas despreciando por sus actitudes y aptitudes».La bulla crecía entre el personal que asistía a aquel pleno (dentro y fuera del edificio), parecía que se estaba pasando de frenada y los murmullos apuntaban a que le descontrolaba la rabia causada por perder el cargo, pero el concejal, en realidad, había llevado la trama exactamente al punto que quería. Bien cebada la concurrencia, se hizo hueco entre el griterío y soltó: «Señoras y señores, cálmense. Señoras y señores, no son palabras mías, sino las que se dedicaron hace poco en una entrevista los dos que hoy pactan esta moción de censura basada únicamente en el odio». Los espectadores no sabían entonces si reírse o enfadarse más, como quien tiene preparado un aplauso o un llanto pero no sabe elegir el momento de introducirlo. Supongo que el silencio se apoderó definitivamente de la sala y de algunas conciencias, o al menos debería, cuando Chamorro zanjó su intervención preguntando: ¿De verdad alguien cree que le pueden preocupar los jóvenes leoneses a una persona que cobra 12.000 euros al mes en sus distintos cargos?».
Algo remotamente parecido ha ocurrido esta semana en LasCortes de Castilla y León, ese edificio en el que cada día, prácticamente en cada intervención, se falta al respeto de los que, nos guste o no, vivimos en esta comunidad autónoma. Entre otras perlas, en el último pleno hemos tenido que escuchar al presidente de la Junta decir que «el Hospital del Bierzo está entre los mejores de la comunidad» o que «la Universidad de León no tiene un proyecto serio para implantar el grado de Medicina», además de haber visto tremendamente preocupados a los procuradores del PP y Vox por la ocupación de viviendas, asunto con el que intentan mantener en tensión a sus votantes aunque todos sepan perfectamente que, aquí, no se puede considerar un problema real, hasta el punto de que en algunos pueblos podría resultar incluso hasta un deseo vecinal.
El asunto que recordó a aquella moción de censura de 2004 fue la votación de la llamada Proposición de Ley de Concordia, pactada en su día por PP y Vox pero finalmente llevada a pleno por un acuerdo entre PSOE y Vox, porque allí el espectáculo debe continuar para demostrar que Las Cortes son hoy un circo con muchos más payasos que malabaristas. Aunque todos sabían que el resultado de la votación iba a ser negativo, los socialistas vieron la oportunidad de obligar así al PP a retratarse, decir lo contrario de lo que había dicho en su día, como si eso fuera a poner mínimamente colorado a alguno de los procuradores populares, como si eso fuese a cambiar la decisión de alguno de sus votantes. El precio a pagar era permitir que Vox viviera otro momento de gloria en la cámara, un privilegio al que ellos mismos, en su torpeza, habían renunciado saliéndose del gobierno, consentir que su portavoz alimentara un poco más a su rebaño viralizando una sarta de rebuznos sobre los beneficios que según él dejó el franquismo en este país. Al parecer, lo que hicieron los socialistas con todo esto es una hábil estrategia política, pero cuando un periodista entrevista a un cargo electo de Vox resulta que está blanqueando a la extrema derecha.
Volvieron a sonar palabras que no se sabía de dónde venían, ni quién las decía, ni dónde ni dije ni digo ni Diego, frases que cambiaban de significado al cambiar de bando, un fuego cruzado que alguno definió como «momentos Gomaespuma» para continuar después con el ingeniosísimo «esto no es una propuesta de concordia sino de discordia», supongo que sintiéndose muy ocurrente y considerándose en permanente estado de gracia. De la ley en cuestión Mañueco había dicho en su día que era muy positiva porque «no diferencia entre víctimas buenas y malas», supongo que por eso la terminó rechazando, mientras que numerosos historiadores opinaban, en cambio, que se trataba de una auténtica aberración porque igualaba a verdugos y víctimas. Pero lo que quedó claro en el último pleno de Las Cortes es que para sus señorías no sólo la proposición de ley era lo de menos, seguramente ni se la habían leído, sino la Guerra Civil y sus consecuencias también. Pasaron al siguiente punto del orden del día y por los altavoces del hemiciclo me pareció escuchar el sonido de una caja registradora al facturar.
Parafraseando al mismísimo Emérito, según dijo esta semana, diría que sus señorías me están robando la historia, pero creo que, en realidad, simplemente la desprecian. Él, también. Bueno... diría que me están robando en general.