Cristina flantains

La estirpe de los malditos

19/06/2024
 Actualizado a 19/06/2024
Guardar

Recuerdo que cuando iba al cole, las clases de historia me gustaban especialmente y, para ser justa, diré que no era por una cuestión académica, sino por ese jaleo de acontecimientos sociales, políticos o económicos cuyo motor, a menudo, era la codicia, la lujuria, la envidia o ¡la estulticia!

Qué me dicen, por ejemplo, de Enrique VIII, o Gilles de Rais, mariscal de Francia y compañero de armas de Juana de Arco. Pol Pot, Leopoldo II de Bélgica, Francisco Franco… en fin, la lista es interminable: bebedores, vividores, intrigantes, lujuriosos, mentirosos, megalómanos, fanáticos. Y una no deja de preguntarse, dónde estaríamos ahora si la historia nos hubiese ahorrado la intervención de todos esos personajillos que, a caballo sobre sus inmundicias, consiguieron dar el do de pecho y dejar su impronta a fuego y sangre en las páginas de la historia, la suya y la nuestra. Todo, para mayor vergüenza de la historia de la humanidad.

Y esa semilla que con tanto mimo ha cultivado el lado oscuro de la fuerza, sigue entre nosotros tan vital como el primer día de la noche de los tiempos. Su legado es de fácil reconocimiento, tan solo hay que estar un poco atento, pues son los mismos que tiraban piedras a los leprosos; los que en la pira sacrificial dejaban correr la sangre de sus hermanos o de sus hijos; los de las 40 monedas, los que disfrutan con el ruido de los cristales rotos… Están aquí, como estaban entonces, como han estado siempre, y en cualquier momento emergen para dar rienda suelta a su intolerancia.

Pero hay también otra parte de la historia a considerar. Aquella historia medieval en la que judíos, musulmanes y cristianos, a la limón, supieron urdir ciudades, historias, caminos, templos, negocios. Aquella donde la riqueza estaba en la variedad de pensamiento, de sentimiento, de razonamiento. Y me gusta pensar también que por mis venas corre la sangre de todos aquellos, en vez la de la infamia de Enrique VIII, al que pongo como ejemplo porque es, de entre todos los malditos, mi preferido.

Estos días ocurre en nuestra ciudad un acontecimiento singular que va más allá, al fin, del discurso decadente del político del turno: ese castellanito resabido que da sentencias a diestro y siniestro como lo hacía William Sommers en la corte de Enrique VIII para risotada de su rey. Es el anuncio de la llegada de 180 refugiados procedentes de Malí y Senegal a un municipio del alfoz de León a partir del próximo 22 de junio. En realidad, no llegan de sus países de origen, vienen desde Canarias, que ha sido su último destino. 

Reivindico reconocer el derecho que tiene el que quiere escapar de la guerra, del hambre, de las penurias, a escapar. De reconocerlo como si la que estuviera escapando fuera yo misma. Y también me solidarizo con mis compatriotas canarios asumiendo, junto a ellos, la parte que nos corresponde de este gravísimo problema que tenemos. 

Y agradezco a quien corresponda que rompa con la estirpe de los malditos y que se les de casa y comida y la oportunidad de una vida en paz.

Lo más leído