Cada día que pasa soy menos optimista sobre la posibilidad de vencer a la corrección política mal entendida y a un revisionismo que, para curar ciertas heridas, no duda en impulsar conductas que nos están llevando a un callejón sin salida. Es preocupante que en ciertos temas nos estemos apretando nosotros mismos la soga al cuello, ya sea aplaudiendo ciertas acciones o lo que es igual de nocivo, mirando para otro lado y callando por miedo a sufrir represalias por defender en público lo que uno piensa en privado. Esa falta de libertad para expresar opiniones ya es la primera víctima de la dictadura de lo políticamente correcto.
El último caso de esta barbarie ha tenido como protagonista a una estatua de Colón, parida por el escultor faberense Tomás Bañuelos y situada en una zona privada de Londres. Al ver en la portada de La Nueva Crónica la foto de dicha escultura teñida de pintura roja he sufrido un ‘déjà vu’. Lamentablemente ya son muchas las estatuas de Cristóbal Colón y de otros personajes históricos que han sido atacadas por parte de grupos activistas. El verdadero problema no es la actitud de estos radicales, lo que debe hacernos reflexionar es la tibieza o nula respuesta con la que nuestros representantes políticos, personalidades del ámbito universitario y la propia ciudadanía decimos basta ya a este sinsentido. ¿El motivo? No salirse del camino marcado por la corrección política y así evitar ser lapidado socialmente por cierto sector de la sociedad. ¿Les suena de algo eso de tener miedo a expresar públicamente lo que uno piensa?
Estatuas, libros, cómics, películas y canciones son algunos de los objetivos de este movimiento revisionista que tiene en la censura más radical su única arma. No les vale abrir espacios de debate y de reflexión en los que expertos y la propia sociedad puedan intercambiar opiniones de manera libre. Lo suyo es destruir esculturas y echar a la hoguera, literalmente, aquellas expresiones artísticas que a su juicio no pasan su examen inquisitorial.
Evidentemente es más fácil destruir y eliminar que apostar por el debate y la formación. Olvidémonos de reescribir el pasado y estudiemos historia. Dejemos de quemar libros y censurar películas y canciones, examinando con ojos de hoy lo que sucedió hace décadas o siglos, y aprovechemos esas manifestaciones artísticas para visibilizar la evolución que ha sufrido la sociedad en ciertos aspectos. Y lo más importante, no caigamos bajo el yugo de lo políticamente correcto y del pensamiento único.
Estudiar en vez de destruir
16/10/2021
Actualizado a
16/10/2021
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