Facha, rojo, antivacunas, racista y antisemita son algunos ejemplos de las etiquetas que más en boga están hoy en día. Evidentemente que una serie de conductas muy concretas te pueden hacer merecedor de una de estas etiquetas, pero el problema es que actualmente se utilizan de manera indiscriminada como método de intimidación para amedrentar a aquellos que tienen una postura alejada de ciertos discursos oficialistas.
Si bien cualquier persona tiene el derecho a expresar su punto de vista sobre un tema, no todas las opiniones son igual de respetables, pero lo que no podemos permitirnos es que se utilice esta premisa para intentar tapar la boca y criminalizar a aquellos que en un acto de valentía expresan su visión sobre algunos asuntos. Y esto es lo que está pasando en nuestra sociedad y que supone un ataque frontal a la libertad de expresión, uno de los pilares de un sistema democrático.
El etiquetar a las personas para conseguir que tengan miedo a compartir su postura sobre ciertas cuestiones no es nuevo, pero las redes sociales lo han potenciado de tal manera que se utiliza sin miramientos con tal de aniquilar las opiniones contrarias a lo que uno piensa. El problema es que esta estrategia funciona y consigue la autocensura, lo que irrevocablemente nos lleva a encaminarnos hacia un sistema más cercano a una dictadura que a una democracia.
Si criticas una decisión de Pedro Sánchez eres un facha, pero si lo haces de Ayuso eres un rojo despreciable. Si opinas que hay ciertas zonas grises en relación a las vacunas de la Covid-19 eres un antivacunas, que pones en peligro millones de vidas. Si expresas dudas sobre la conveniencia o no de ciertas ayudas a inmigrantes eres un racista. Si manifiestas tu desacuerdo con lo que está haciendo Israel en Gaza eres un antisemita. Y así podría seguir hasta la extenuación.
Basta ya de los dictadores que te disparan con sus etiquetas para desprestigiarte y aniquilarte socialmente. En la novela de George Orwell ‘1984’ a las personas que protagonizaban alguna conducta considerada inapropiada por la Policía del Pensamiento les vaporizaban, es decir, les hacían desaparecer. Pues esto es precisamente lo que están haciendo ahora los que vomitan por doquier etiquetas, están pretendiendo vaporizar a aquellos que no se callan y que, a pesar de las posibles consecuencias, deciden seguir expresando su opinión y oponiéndose a la dictadura de lo políticamente correcto, que paradójicamente es voluble y varía según ciertos intereses.