08/01/2025
 Actualizado a 08/01/2025
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Escribo el 30 de diciembre, día que media entre su 22 y el 7 de enero. Lo hago solo, mas con presencia de todos los ancestros con los que me crie y crecí y a los que debo en parte cómo soy y, más importante, cómo me deseo, pues nunca seré más que un hombre en diaria construcción. La mujer cuyo nombre titula este artículo fue mi abuela paterna y siempre la vi de luto. Era una mujer de apariencia recia, usos sobrios y rica y generosa en ternuras. El pasado día 22 hizo cincuenta años que asistí al único gesto algo desabrido que le recuerdo. Estaba sentada en su sillón en el salón de casa, como cada tarde después de comer y, de repente, se levantó, diría yo que más alta que otros días, y diciendo, más para sí que para mí, «esto se acabó», salió del salón con inusual portazo, se acostó y nunca más se levantó. Tenía 83 años y murió el 7 de enero, es decir, ayer hizo cincuenta años, después de, pocos días antes, disculparse con todos nosotros por habernos estropeado –dijo ella– las navidades.

Aun su longevidad, cuarenta y nueve años llevo pensando que se murió pronto, que se merecía si no unos años más, sí unos meses más, al menos más allá de noviembre.

Mi abuelita Evelia muchas tardes gustaba de sentarse en el mirador de casa, lloraba, que yo viese, y fijo, todos los años dos días. Uno era al nacer mayo, su día Primero. Me imagino que lo haría evocando vitales y filiales alborozos tan alejados de la exhibición folclórica-gimnástica del ‘verticato’ (sindicato vertical) de la dictadura franquista. El otro, el que al poco de mediado julio solemnizaba el alzamiento fascista, sin duda recordando el rapto o saca, paseo y asesinato de su joven hijo, Arturín, (aún hoy en arcén o tumba común desconocida) y las ignominias infringidas a la que sí llegó a ser mi tía, Luz, aterrorizada y acobardada de por vida. Lloraba Evelia, mi abuelita, como para sus adentros; así como en secreto o silencio, vamos, como llevaba sufriendo largos años. Si la sorprendía enjugando sus lagrimas con su siempre inmaculado pañuelo blanco, me decía que algo se le había metido en un ojo, aun los dos estuviesen anegados desde el alma.

No escribo con odio ni rencor –me igualaría a los asesinos– mas sí con memoria, sin olvido y, por el presente y el futuro, fuerte voluntad de ¡nunca más! Pero sí, le faltaron unos meses a mi abuelita Evelia. Debió vivir aquellos primaverales otoño e invierno.

Ayer, le dediqué ‘He cortado estas flores’ de Víctor Manuel. Seguro le gustó, aun ella llorase y yo con ella. ¡Ay esta doble patria: madre y madrastra! ¡Salud!

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