Érase un «templo expiatorio» que se dice «sanatorio de desviaciones civiles», porque salen como santos los que entraron como viles. Mas, en espacio y en tiempo, en este hogar a los vivos pasa como si estuviesen muertos: apretadita la estancia y los minutos, eternos. Y en hablando de prisión, lo que sigue fue en León en día de intenso frío a un ave que se conoce con el nombre de gorrión.
En esa tarde de invierno el cielo de gris se pintó, las nubes se descargaron y pronto nieve cayó. De gris también los guardianes y muros de la prisión, y los que penan sus culpas de color distinto son: los hay albos, los hay rubios o negros como el carbón. Alguno de guante blanco por distinguido ladrón, pero la gran mayoría de muy humilde condición.
Los presos están sentados en los bancos de un salón. El apetito colmado cada uno a su ración. Por la ventana entornada un pobre pájaro entró. Unos dijeron jilguero, otros, acaso, pinzón, o tal vez fuese estornino, mas resultó ser gorrión. Por la nieve y por el frío calor humano buscó. De los que allí se encontraban el más joven lo cogió. Inocencio se llamaba, pero la gran mayoría conocían por «matón», criminal por homicidio, pendenciero y bravucón. ¡No lo mates, no lo mates!, de cien gargantas brotó. Soltó la presa Inocencio y libre quedó el gorrión. Se le trató con cariño y el buche se le llenó; calor se le dio a su cuerpo y al cielo se le envió. Desplegó sus alas libres y el gorrión voló, voló, y de todos, el más viejo, con palabras conmovidas este mensaje se oyó:
– Gorrioncillo, dile al mundo en qué lugar ocurrió, que aquí la gente que pena poca o mucha su condena es gente de corazón.
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Aquella noche de invierno tanto fue lo que nevó que de la copa de un pino una rama se partió y de un nido que allí había un gorrioncillo cayó resultando ser el mismo que salió de la prisión. Eran tan flacas sus alas que por más que lo intentó, pese a agitarlas con fuerza, el vuelo no remontó y en un prado tiritando desamparado quedó.
Una vaca que pastaba con amor se le acercó y con una gran boñiga todo su cuerpo cubrió, como si fuese una manta que da cobijo y calor. ¡Qué divinas son las vacas por ser criaturas de Dios!, pues dan riquísima leche para queso y requesón, sabrosa carne estofada y excremento a por mayor, que es abono de la tierra y, como aquí aconteció, buen abrigo para el cuerpo de un pobrecillo gorrión. Pero tanta era la mierda que sobre el cuerpo sintió, que el gorrioncillo asustado fue mucho lo que pio: ¡pío. pío, pío, pío, con angustia reclamó que al punto lo liberasen de la presión y el olor.
Tan fuertes fueron sus quejas que a la fauna despertó. Cerca estaba una raposa que los quejidos oyó. Fue rauda donde se hallaba de nuevo preso el gorrión. Liberolo de la mierda y en los dientes transportó hasta un arroyo cercano y en sus aguas lo bañó. Después de haberlo dejado reluciente como el sol y claro como la luna de reluciente esplendor, con tal gusto lo miró que volviéndolo a la boca de un trago se lo zampó.
Moraleja de opinión
Ni todos los que te ensucian son enemigos,
ni todos los que te alaban son tus amigos.
Y si hasta la mierda estás metido,
no digas nunca, jamás, ni pío.