Jorge Brugos

Los falsos terroristas de la Catedral

26/08/2024
 Actualizado a 26/08/2024
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Estoy pasando estas últimas semanas agosteñas que repelan el verano en un recóndito pueblo de Castilla (aprovecho la ocasión para hacer proselitismo y decir que no es lo mismo históricamente el reino leonés que el castellano) y el otro día cuando fui a misa, unas ancianas, al verme reclinado rezando y no identificarme, una le preguntó a la otra que quién era ese; me cayó como una losa de la Catedral aquel pronombre demostrativo cargado de frialdad y lejanía, me recordaba que era un extraño, un espécimen hostil en un pequeño ecosistema. 

Hace unos días unos críos imberbes que han visto demasiadas películas asaltaron imaginariamente las inmediaciones de la Catedral con unas armas de juguete y se lió la de Dios es Cristo. Varios coches policiales acudieron al lugar alertados por la amenaza virtual, un poco más y montan un operativo más grande que el que intentó capturar a Puigdemont. No puedo evitar soltar alguna sonrisa sibilina al imaginar el panorama.

Lo siento por los adolescentes afectados porque a ellos no les hizo ninguna gracia, creo que ya no van a volver a jugar ni al Call of Duty. El hecho en sí, aunque pueda parecer jocoso, es preocupante, manifiesta una tónica general, la sensación de que vivimos en una sociedad hostil en la que cualquier mínimo movimiento del prójimo hace que nos pongamos en alerta. El ambiente y ciertos medios de comunicación de masas se ocupan de mantenernos siempre en tensión, de llenar nuestra mente de alguna preocupación, de que las angustias se renueven de manera proporcional a la que los tiempos posmodernos las liquidan.

Cada día tiene su afán y la sobre información se afana en que cada jornada estemos inquietos por algo. Ya son muchos los que me han mostrado su preocupación por la viruela del mono, asustados de que venga otra nueva pandemia con insomnio crónico ante toda posible profecía; se dice que vivimos en la era del mesianismo pero creo que nunca ha habido tanto profeta desde las memorias bíblicas. Así, vivimos asustados, prudentes y tímidos, con espíritu pueblerino, y como los habitantes de aldeas, desconfiamos de cualquiera que no forme parte de nuestra tribu. 

 

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