Tanto mentar al fango en el debate público, que éste ha irrumpido en su versión física y no figurada. Las consecuencias fatales son por todos sabidas. Muerte, dolor, rabia e indignación han inundado las zonas afectadas por la Dana. Al desastre natural le ha seguido una hecatombe del sistema. Evidentemente que es imposible responder a la perfección ante una catástrofe, pero de eso a lo que ha sucedido dista un gran trecho.
Al fango que ha cambiado la vida de miles de personas, se le añade ahora el fango virtual que unos y otros se están lanzando para huir de las responsabilidades propias. Es vomitivo ver cómo nuestros representantes públicos no aceptan sin miramientos que han fallado y no han estado a la altura. Allá cada uno con su conciencia, pero créanme si les digo que una vez descubierta la tragedia y siendo conscientes de que se podía haber evitado su magnitud, las mentes pensantes se han dedicado a discurrir cómo poder colocar los muertos, nunca mejor dicho, al rival político. Así de ruin y asquerosa es nuestra política actual y de esta calaña son los personajes que nos gobiernan. Eso sí, al mismo nivel están los tertulianos a sueldo que buscan justificaciones donde no las hay para salvar de la quema a los suyos. Da lo mismo que haya centenares de muertos, el objetivo espurio es el que es.
Las imágenes que hemos visto demuestran el calibre del desastre y los testimonios de los afectados dejan claro la descoordinación de las autoridades y el desamparo que han sufrido. La incompetencia y dejación de funciones han sido las notas predominantes. Lo peor y más pestilente es lo que nos espera a partir de ahora con las excusas y acusaciones entre los responsables de que este suceso se haya convertido en una catástrofe que pasará a la historia. Menos mal que un gran número de personas anónimas y voluntarios sí han estado a la altura y han demostrado que los seres humanos también tienen su lado bueno y solidario. Es el contraste tan paradójico que nos deja este suceso, los que tenían la obligación de cumplir con sus funciones de servicio público han fallado estrepitosamente, mientras que los ciudadanos han paliado de alguna manera los desaciertos de nuestros responsables políticos.
Ahora sólo queda esperar a ver si en un ataque de dignidad más de uno asume sus responsabilidades y dimite, lo que al menos ayudaría a limpiar de fango a nuestra política.