Como una ‘primus inter pares’, así se presentaba Teresa, tanto por su manera de sentar cátedra, como por sus ínfulas de emperatriz. Era una compañera de facultad con la que recorría el camino hasta el campus.
Asaeteada con sus eternas crónicas empezaba la semana, sintiéndome atrapada en un callejón sin salida de subordinadas interminables, sin pausas. De verdad que su vida hubiera resultado fascinante a no ser por tanta voluptuosidad en la descripción de los hechos: tenía un novio que se llamaba Romeo con el que pasaba casi todos los fines de semana entregada a placeres sin resuello: ora paseaban en barca por el retiro, ora se iban al Thyssen a perderse en idílicos paisajes impresionistas, y hasta mojaban churros con chocolate en la San Gines de la Puerta del Sol o se iban a no sé a qué teatro a vete a saber qué nuevo montaje teatral.
Confieso que a veces desconectaba, por higiene mental.
Con el tiempo, descubrí que es que ella era una ratona de biblioteca. Allí encontraba la fuente de inspiración para fabricarse una vida paralela con la que paliar una existencia que acaso le resultara anodina.
No era mala chica la rapaza, lo que adolecía era de una trastorno de mitomanía; es decir , tendencia a exagerar y mentir, imaginarse experiencias; lo que coloquialmente conocemos como «montarse películas».
Y a propósito de películas, me permito recomendarles la última protagonizada por el extraordinario Eduard Fernández: ‘Marco’, que narra la biografía, de un hombre que por su enfermizo afán de protagonismo se inventa una historia haciéndose pasar por superviviente del campo de concentración de Flossenbürg para medrar. Enric Marco cabalga constantemente a lomos de la mentira llegando a impartir numerosas charlas, sobre todo en centros de enseñanza, y multitud de entrevistas regalando los oídos a sus interlocutores acudiendo a los recursos dignos del más demagogo de los sofistas, brillante ante los micrófonos con el oropel de la mentira. La historia, real, fue contada por Javier Cercas en su novela ‘El impostor’.
La veracidad es realidad desprovista de adornos y brillos. Aunque es más fácil presumir cuando tienes un novio con nombre de tragedia shakespeariana que te pasea en barca, porque temes confesar que pasas horas encerrada en una biblioteca soñando las historias de otros, al final siempre te pillan porque acabas deslizando alguna pachotada que salta la voz de alarma.
¿Qué será de Teresa? Nunca supe del todo si ella acabó creyéndose sus delirios. ¡Ay , Teresa, menudos lunes que me dabas!, como a la de la copla de la ‘Farsa monea’: «Cruzó los brazos pa no matarla, cerró los ojos pa no llorar, temió ser débil y perdonarla y abrió la puerta de par en par».