El siempre añorado Lolo tenía una palabra que abarcaba a todo el amplio espectro de lo que hoy llamarían seres tóxicos o cosas así que en el bar, en las paradas técnicas de la partida de tute para reñir, igual no las entendemos del todo. Y Lolín decía, «fatos», sin necesidad de más. Y ya se entendía. Es más, el diccionario castellano/lleunés que estábamos escribiendo ya habíamos llegado a esa palabra y decía:
- Fatos: En lleunés fatos.
(«Más o menos como los carteles de las calles», dice el fato que siempre se me sienta al lado para llevarme la contraria).
El antecedente de Lolo fue Enrique Zapico, de Canseco, de los Fernández Llamazares de toda la vida, que así se apellidaba de segundo. Él tenía otra palabra con más prosapia pero igual de universal: «Patibularios».
Llevaba Enrique al Bar con TV Iberia, miraba de soslayo a la fauna que había dentro de aquella televisión de mamachichos y se preguntaba: «¿Qué habrá sido de Félix Rodríguez de la Fuente? En la mi televisión no salen más que patibularios dando voces, te levantan la tapa de los sesos y no dicen nada que tenga chupe».
Me acuerdo de ellos ahora, además de por maestros, porque estaba muy contento porque me habían quitado a Belén Esteban hablando de sus obras completas y a Ana Rosa Quintana hablando de las obras completas de su negro... y resulta que —al margen de que vuelven— me han puesto a un paisano con el pelo amarillo que me amenaza sin venir a cuento, que nosotros a este jato no le hemos hecho nada como para que se ponga igual de matón que cuando íbamos a jugar al fútbol a Canseco y nos decían que en el segundo tiempo no se cambiaba de campo porque «aquí no vais a venir a mandar los forasteros». Y encima el que lo decía era el dueño del balón, pues a jugar contra el viento otra vez.
Y nosotros que pensamos que aquello ya había pasado.
Mira que extinguirse los dinosaurios para que sobrevivan los fatos y los patibularios. Es como haber matado a John Lennon estando ahí la gente que sale en la mi tele.