Acabo de mandarle una ‘playlist’ a un compi para que la pinche en una fiesta latina con audiencia extranjera, incluyéndole como esperaba música de la madre patria además de los temazos bailongos de Colombia, Puerto Rico, Cuba y México que bastarían en España. No le puse nada que no permita mover caderota, por ello Argentina está ausente (vos me perdonás, Andrés), de igual manera que tampoco escucharán los guiris cante jondo. Le faltan revoluciones para la parranda ligera y acelerada.
Rumba sí que hay un ‘poc’, pero no flamenca. Aunque es también bajo su nombre donde el flamenco afloja la pestaña más claramente. Lo hace dejando la pena, la tragedia y el temor para abrazar el regocijo y la alegría mediante palabras sinceras y expresivas, caracterizadas por su concisión y sencillez, como dijeron mis primos de la Unesco en 2010.
Pero ahora que llega la Navidad no es estúpido tener a mano todas las derivas del mejor flamenco (Camarón, Bambino, Carrasco, Morente, el Cabrero) para afinar la temperatura de las celebraciones. A golpe de palo podrán virar de la juerga a lo solemne sin miramientos. Lo temperamental es lo que tiene, que no precisa de calentamientos, basta con dejar salir la energía como lo hace el flamenco.
Así sucede al ofrecer un tango brutalmente empático con el inconcebible dolor ajeno para acto seguido cantar creyéndose jinete de caballo alado de tan extremo el gozo que uno experimenta. Por no hablar de los villancicos, de los que se sabe que son recurrentes por fandangos o bulerías, pero al menda no le emocionan ni la burra rin rin ni el remiendo ron ron, porque me saben a tibia agua de grifo. Las medianías para quien las quiera.
Y así están las cosas a veintidós de diciembre de 2024, cuando todavía vivo con esperanza (dramática) de ver algún día cómo se recupera en las casas familiares y de los amigos la tradición de cantar hasta la madrugada para divertirse.
Que no haya quien se arranque y que nadie toque aunque sea tres cuerdas, un taburete y cuatro palmas que molesten es una pena de situación que se puede revertir. Porque no hay expresión más poderosa para fundir sentimientos fraternales que cantar juntos, sea flamenco o la ristra de bombazos que recién enchufé por Spotify.
¡Felices y flamencas Navidades!