«Sé tú mismo, no leas lo que tienes escrito», le dije a Felipe Zapico en cierta ocasión, cuando uno tenía responsabilidades en la Televisión de León de la calle Covadonga. Alguien le había intentado convencer de que para hacer bien su ‘Torería’ debía leer lo previamente pasado a papel. Pero entonces no era él. Comenzaban los noventa y descubrimos a un particular comunicador que se tiraba al ruedo del plató cual maletilla a la plaza de toros.
Así era Zapico, un paisano único, singular, afectuoso, apasionado, bravo pero sensible, elegante, hablador, un maestro de la vida. Y ahora que nos ha dejado, el torero de León se ha convertido en leyenda. No ocultaba su aspiración a contar con una calle en su querida ciudad, así que me sumo a la petición popular para que el Ayuntamiento cumpla.
Conocí al torero en 1987, cuando saltó como espontáneo al coso leonés y colocó un par de banderillas al quinto de aquella tarde. Estaba vetado y se rebeló a su manera. Salió escoltado por la policía, pero minutos después hizo una entrada triunfal en el Tendido 10 bajo una ovación estremecedora. Al día siguiente fue portada en La Crónica de León.
Años más tarde, un día en Televisión de León me pidió una cámara, con la intención de subirse a un toro de carretera de Osborne, para grabar su programa exigiendo al entonces ministro de Obras Públicas, José Borrell, el indulto de las efigies perseguidas por aquel Gobierno. Se fue con el talentoso Omar Pleite y cuando volvieron no podía salir de mi asombro. Nos recreamos viendo aquellas imágenes de la historia audiovisual de esta tierra. Ni que decir tiene que resultó todo un éxito.
Felipe Zapico, ese que pudo ser sacristán, carterista o pintor, según repetía en sus entrevistas, se ha marchado de este mundo por la puerta grande, después de haber hecho la faena de su vida. Hasta siempre, torero. Te echaremos de menos, amigo.