El sábado que viene, 12 de octubre, se celebra la Fiesta Nacional de España. Es el quintugentésimo trigésimo segundo aniversario del descubrimiento de América y el santo de las Pilares, de las que están y de las que estuvieron, muchas mucho más madres que la patria.
La Fiesta, además del solemne desfile militar por la Castellana, implica una serie de eventos que realzan los valores de cooperación, solidaridad, multilateralidad y democracia que nos unen a los miembros de la Hispanidad, aunque haya quien discrepe de que existan motivos de celebración. Pero claro que existen. Los españoles nos celebramos como sociedad, como país, como nación rememorando la gesta. España celebra aquel momento histórico en que estaba «a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los reinos de España en una misma monarquía, (que) inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos», dice la Ley. Y dicho de otra manera, celebramos la capacidad de ser parida y estar pariendo a la vez. Hemos optado por eso, mientras los otros grandes de la Unión en sus fiestas nacionales celebran la unidad (alemana), la revolución (francesa) y la elección modelo de estado (italiana).
Gracias a la gran gesta, tenemos una Fiesta nacional que se remonta a siglos atrás, porque un país es sus hazañas y la gente que lo hace grande, aunque no sean nacionales, y valga la contradicción. El genovés Colón nos regaló la grandeza. Ustedes juzgarán si me estoy viniendo muy arriba si pido que seamos bien nacidos y peregrinemos a Génova una vez en la vida para honrar al marino.
Lo que está al alcance de muchos es visitar la exposición del Palacio de Liria de la Casa de Alba (más antigua que la propia España) donde se exponen veinticuatro cartas manuscritas de Cristóforo. Y de paso embelesarse de nuevo desentrañando el Monumento al Descubrimiento de América de la Plaza de Colón de Madrid, las tres macroesculturas de hormigón de áridos rojos en las que Joaquín vaquero representó las etapas del descubrimiento de América llamadas Las profecías, La génesis y El Descubrimiento a lo largo de casi cien metros de largo de grandilocuencia necesaria.