Han tardado años, pero, por fin, en efecto, alguien ha dicho la verdad, la que todos sospechaban pero nadie admitía, o, por lo menos, nadie se lo quería creer.
No sé cuántas veces he escrito aquí que jamás llegaría a funcionar como tal la estación «de Matallana». Que, mareando la perdiz, era más barato ir arreglando el entorno, poniendo en marcha cosas, despacito, para que todo se alargara más, que poner en marcha la línea completa, ya sea como tren de siempre o como tren-tran, que es, era, aún más costoso. Es más: que la la línea desaparecería. Pero ese es otro cantar, menos lejano de lo que se cree, pero con bastantes visos de realidad visto el proceso que se está siguiendo.
Ahora nos dicen que… el tramo de cabecera, de la estación al apeadero de la Asunción, clave para toda la operación, mire usted, quizás mejor … un corredor verde.
Y, qué voy a decir, estoy convencido que eso será.
Como ciudadano, a pesar de la desesperanza, digo lo mismo que nuestro alcalde: yo quiero que la línea se complete, yo quiero el tren de siempre, pero la realidad es otra, y si no se llega a ello, mejor el corredor verde, porque la alternativa es la muerte lenta y un espacio abandonado, que es mucho peor.
Y pienso que no es justo, que como somos lo que somos, o sea poca cosa, no hay fondos para nosotros, que si fuéramos Barcelona, ya habría los millones y millones, como los que se aportaron para hacer pasar el AVE por el medio de la ciudad, cosa innecesaria, y, además, por la calle lateral de la Sagrada Familia (anda, que no hay calles por la Ciudad Condal), con el riesgo, y por tanto el costo, que hacerlo así supone. Pero ahí está, y nosotros, compuestos y sin tren.
Pero la realidad es que ninguna de las circunstancias son favorables, salvo las afectivas e históricas. Esas sí, pero las demás…
Por hacer historia.
La cosa empezó por una línea de tranvía norte-sur. Una idea bastante atractiva, aunque nada nuevo bajo el sol, porque tranvías, tirados por mulas y luego eléctricos, existen desde el siglo XVIII, aunque el tiempo y la modernidad los dejó fuera de juego cuando el automóvil, más ágil y flexible que el tranvía, muy rígido por su trazado y funcionamiento. Pero era la moda del momento, a la que se habían apuntado bastantes ciudades (con no mucho éxito, por cierto)
El circular en modo ‘tranvía’ compatible con peatones y vehículos, tenía la parte buena de que así desaparecería la vía férrea como corte de la trama urbana, lo que permite la permeabilidad por ambos lados, ambos barrios, tantos años separados y mal comunidados., algo largamente deseado por todos.
Luego vino la ampliación, haciendo que conectara el tramo final de Feve con los hospitales y la universidad. Algo mucho más ilusionante… y más complejo. Y aquí se cumplió ese antiguo aforismo: «lo mejor es enemigo de lo bueno».
Y así, también, aumentaron las complicaciones.
Había que contratar trenes nuevos, lo famosos tren-tran, capaces de circular fuera de la ciudad en marcha normal y como tranvía en casco urbano. Una millonada.
Además, formar conductores capacitados para éste tipo de locomotoras y crear, por añadidura, un protocolo de funcionamiento nuevo y un departamento para su gestión, cosa que dicho así parece sencillo, pero que en la realidad no es tan fácil (por inversión en plantilla y administración, y por tanto sobrecosto añadido), tanto, que ahí estamos atascados, básicamente, porque no interesa los más mínimo, que bastantes complicaciones ya tienen.
Todo ello en una empresa pública absolutamente quebrada, que no es capaz de tan siquiera equilibrar los gastos con ingresos de la explotación diaria, en una línea que hace muchos años que dejó de prestar el servicio para el que fue diseñada (suministros a los altos hornos de Bilbao), que está en permanente regresión porque no tiene viajeros pues, como sucede con el tranvía y los automóviles, hoy la red de carreteras es mucho más accesible, ágil y completa, y a la que se le dice que se gaste un pastón en trenes, otro pastón en formación y administración, y luego, manténgalo en funcionamiento por el tiempo que sea.
Aún recuerdo una excursión del colegio que hicimos cuando tenía 12 o 13 años, hasta La Vecilla, con mi tartera de tortilla y filete, como los demás. Y se me encoge el estómago. Pero los tiempos cambian, priman otras cosas, y las veleidades románticas ya no tienen cabida.
Porque si FEVE fuera una empresa privada, sometida al cumplimiento de los más básicos preceptos económicos, haría mucho tiempo que estaría cerrada.
Y a la vista está, por ejemplo, con las modificaciones organizativas que nos están contando en Cistierna, por ejemplo.
Cáseme usted todo los anterior con las razones históricas, poblacionales y hasta románticas. Y ya sé que el estado no está para ganar dinero, pero tampoco para perderlo (aunque pensemos que se está tirando en muchos sitios).
En todo caso y comentarios aparte, ya era hora de que alguien le haya puesto el cascabel al gato. Al fin.
Y aún nos queda el Emperador, el Hostal y el Palacio de Congresos (que van por el mismo camino)