Leemos noticias sobre las guerras, nos posicionamos a la vista de la información que tenemos, buscamos el origen del problema en acontecimientos recientes, en la historia, o en diferencias étnicas y religiosas que estallan en las zonas de conflicto. Nos ponemos en el lugar de unos y de otros y entendemos que cualquier posición es terrible, pero no más terrible que el enquistamiento y la escalada de la propia guerra.
Tras meses, quizás años de matanzas, de artículos periodísticos y grandes dosis de frustración, vamos olvidando lo que aparentemente no podemos cambiar. Es fácil pasar página, seguir con nuestra vida y que todo se repita con otros nombres y otras caras ya que, finalmente, todo está sucediendo lejos de aquí.
No obstante, en este proceso entre lo noticiable, tantas veces tratado como una ficción distante, y el olvido de lo sucedido, hay dos aspectos que normalmente se nos escapan y de los que no se suele ofrecer información en los medios. Creo que estos aspectos son clave para mantener las guerras vivas. Por un lado, está la financiación de las mismas y, por otro, los grupos de presión que en países como Estados Unidos están totalmente normalizados.
Ahora que tantas páginas y tertulias se dedican a la transparencia de los propios medios de comunicación y a las fuentes de financiación que marcan sus sesgos y su credibilidad, parece importante que se mencione la necesidad de informar acerca de la falta de transparencia sobre la piedra de toque de los conflictos armados. Deberíamos preguntarnos quién suple con armas a determinados países, quién las fabrica, qué beneficios genera esta industria y qué grupos están moviendo los hilos en la sombra, ejerciendo fuerza sobre los gobiernos. Esto es esencial para comprender por qué algunos países apoyan a otros, a pesar de verse perjudicados en algunos aspectos como es su reputación, para empezar.
Al hilo de lo anterior y abordando el tema de la esfera de poder de la industria armamentística en la política exterior, debemos recordar que el presidente estadounidense D. Eisenhower mencionó por primera vez la influencia de lo que denominó «complejo militar-industrial» (Industrial-Military Complex) en los gobiernos.
En su discurso de despedida del 17 de enero de 1961. Eisenhower advirtió que Estados Unidos debía «protegerse contra la adquisición de influencia injustificada por parte del complejo militar-industrial», que incluía a miembros del Congreso de distritos dependientes de industrias militares, el Departamento de Defensa (junto con los servicios militares) y contratistas militares de propiedad privada, como Boeing, Lockheed Martin y Northrop Grumman. Eisenhower tenía la creencia de que el complejo militar-industrial tendía a fomentar políticas que podrían ser perjudiciales para el país (como la participación en la carrera armamentista nuclear) y temía que su creciente influencia, si no se controlaba adecuadamente, pudiera socavar la democracia.
Algunas características del complejo militar-industrial varían según si la economía de un país está más o menos orientada al mercado. Por ejemplo, la producción de armas en Estados Unidos pasó de las empresas públicas a las privadas durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, el gobierno nacional todavía posee la mayoría de las empresas relacionadas con el ejército en Francia. En muchas ocasiones, el complejo militar-industrial opera dentro de un solo país, pero en algunos casos, como el de la Unión Europea, tiene alcance internacional y fabrica sistemas de armas que involucran empresas militares de varios países.
Hay poca competencia en la mayoría de los mercados militares debido a la complejidad tecnológica de las armas modernas y a la preferencia de la mayoría de los países por proveedores nacionales. Y no olvidemos que los servicios militares deben asegurarse de que sus proveedores sigan siendo rentables (lo cual ha sido necesario en los Estados Unidos y el Reino Unido para asegurar las ganancias de las empresas privadas) y cerciorarse de que el gasto público en sus productos no disminuya. Es por esto, entre otras causas, que, a pesar de los importantes avances en la regulación de este sector, como la Ley de Comercio de Armas española de 2007 y el Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA) aprobado por las Naciones Unidas en 2014, la industria armamentista sigue siendo poco transparente, lo que fomenta el tráfico ilegal de armas y su implicación en una variedad de violaciones de derechos humanos, como crímenes de guerra.
Actualmente son Estados Unidos y Francia los países que dominan las exportaciones mundiales de armas. Washington ha aumentado sus exportaciones un 17 % entre 2014-2018 y 2019-2023 y París un 47 % en el mismo periodo. El dato no precisa más desarrollo, es claro y a poco que se estudie a quién venden, esto se conecta directamente con la postura de sendos países a nivel de política exterior. Del mismo modo hay otro dato que parece relevante mencionar en este momento y es que España ha comprado armamento israelí por valor de más de 1.000 millones de euros desde el comienzo del actual conflicto de Gaza el pasado 7 de octubre, según un informe del Centro Delàs de investigaciones para la paz con sede en Barcelona. Esto, al mismo tiempo que que nuestro Consejo de Ministros aprueba el reconocimiento del Estado de Palestina.
En contraste con las exportaciones de armamento, las importaciones no cuentan con estadísticas oficiales detalladas. Solo el Ministerio de Defensa publica anualmente un informe en el que se incluyen datos sobre las importaciones de material militar israelí en años previos a la última escalada de la violencia en Gaza: 2015 (31,2 millones de euros), 2016 (29,1), 2020 (43) y 2021 (47). En el último año, el 1,7 % de las importaciones de defensa de España provienen de Israel, superando las de Alemania (40,5 %), Francia (33,2 %), Estados Unidos (6,2 %) o Canadá (3,7 %).
Hablemos pues de la influencia de los lobbies, o grupos de interés, esa fuerza que tiende a aumentar debido a la ignorancia generalizada de la sociedad. Grupos que en algunos países obligan al ejecutivo y/o al legislativo a aprobar políticas que son beneficiosas para ellos, en concreto en Estados Unidos.
A modo de ejemplo, deberíamos explorar los motivos que llevaron a Joe Biden a obviar los daños colaterales de apoyar al gobierno de Netanyahu en momentos en los que muchos israelíes disconformes con la opinión de partidos como Likud, le retiraron su apoyo. Biden ignoró este dato y las protestas a lo largo y ancho del país, algo que sin duda seguirá haciendo quien quiera que sea su sucesor, Demócrata o Republicano.
Tengamos en cuenta que en Estados Unidos no sólo existen los grupos de presión sino los denominados «grupos de conexión» (linkage groups) siendo estos, los grupos que tienen vínculos étnicos o ideológicos con otros países además de tener votantes dentro del país. Eso aparte, y debido al sistema electoral de financiamiento privado, es factible que los grupos de presión contribuyan con fondos para las campañas electorales de los candidatos de ambos partidos políticos, un sistema que fomenta la corrupción.
En general, carecemos de conocimientos adecuados sobre temas relacionados con la política exterior, entre otros motivos por la prioridad que ofrecemos y que los propios medios de información ofrecen, sobre los asuntos domésticos. Tampoco ayudan los discursos simples lanzados por el gobierno con la intención de ser comprendidos rápidamente para obtener el apoyo necesario.
Como conclusión, los ciudadanos deberíamos exigir esta transparencia si queremos, no sólo entender, sino intervenir mediante nuestro voto en lo que los gobernantes electos hacen con los presupuestos. Pienso que en nuestro país aún hay vía para esta transparencia, el sistema aún no ha caído en la espiral de opacidad y corrupción que otros países han normalizado.
Hemos de ser conscientes de que, si nos mantenemos de espaldas a estos datos, si no exigimos información completa y veraz en lo que respecta a la financiación, exportación e importación de armamento y grupos de presión que operan en el panorama internacional, carecemos de las herramientas básicas para acercarnos a una realidad tan compleja y opaca como es la de la guerra. Asimismo, los gobiernos legítimos y democráticos han de ser conscientes, más que nunca, de que su poder deviene del voto del pueblo soberano y protegerse, como advirtió Eisenhower «contra la adquisición de influencia injustificada por parte del complejo militar-industrial».