Un enigmático y huidizo gato negro de ojos amarillos y enormes pupilas contemplativas; un delicioso golden retriever, sediento de aceptación, amigable y juguetón; un capibara plácido, glotón y cachazudo; un primate acaparador y vanidoso de la especie de los lemures de cola anillada, encadenado a un espejito de mano del que no se separa ni un instante; y un secretario celestial, timonel envuelto en un halo de misterio, tan blanco como las plumas que lo adornan y que recuerda a tiempos prehistóricos, al igual que la enorme ballena que los acompaña de manera inquietante, conforman la forzosa tripulación que navega a bordo de una barca, que a modo de Arca sin Noé, deambula sobre un mar continuo. Ningún humano a la vista, las aguas parecen haberlo engullido todo.
Desde el inicio sientes que estás ante una propuesta diferente que te va seduciendo fotograma a fotograma, quizá porque está dotada de esa simplicidad que rodea a las cosas con encanto. No son las imágenes perfectas e impolutas diseñadas por una impecable inteligencia artificial, pero rezuman la autenticidad de los cuentos.
Estamos ante un film con un ‘flow’ distinto. Como inusual es que haya sido Letonia, la que se haya alzado con el Globo de Oro a la Mejor Película de Animación gracias a esta propuesta que navega entre la distopía amable de contenido social, con ciertos tintes apocalípticos, –como esa imagen de la mano que emerge del suelo, matiz que será apreciado por los adultos que acompañen a los niños–, y la fábula ecológica alejada de las propuestas habituales de las grandes factorías de animación –se trata de una producción independiente– que ayudará a reflexionar a los pequeños, e incluso nos permitirá entablar un diálogo educativo con ellos de brindarse la ocasión.
La odisea de la pandilla a lo largo de la travesía refleja el valor de la colaboración, que evoluciona lentamente a pesar de los primeros recelos y que se ve amenazada cuando un grupo de perros salvajes con poca empatía invaden la barca queriendo trastocar la convivencia pacífica que solo la confianza paciente pudo conseguir y cuya rotura queda simbolizada en fragmentación del espejo de mano del lémur, que ya por fin había accedido a compartir su espacio para poderse contemplar en comunión con otros…
Pese a la tragedia de su trasfondo, su joven director, consigue sumergirnos en un ambiente onírico, casi campestre, guiados tan solo por los sonidos naturales que emiten los propios animales y que fueron tomados en sus ambientes reales.
‘Flow’, una sutil travesía para dejarse llevar por el inquietante curso de las aguas.
Muy recomendable para disfrutar en familia.