Siempre nos quedará París,
susurraba Bogart,
y uno imaginaba
las piedras de Rue Galande,
los mascarones de Pont Neuf,
la disidencia sólida y liviana
de los sueños de Eiffel.
Incluso a Delon,
caminando como un tigre
pálido y esbelto
en las pelis de Melville.
Lo que se insinúa ahora,
queridos,
se parece más a una baguette
colaboracionista
hecha con harina de alforfón.