Estos días ando acojonado con lo del incendio de Valencia.., y con los diez muertos que hubo. Tuvieron una mala muerte, una de las peores: morir siendo quemado vivo nos suena a castigo divino, a caza de brujas, al ‘Nombre de la rosa’, a Juana de Arco; ver a las llamas avanzar inmisericordes por el pasillo de tú piso hasta dónde te encuentras debe de ser horrible, casi como si el apocalipsis de San Juan se hiciera realidad en tus carnes. Se puede morir de muchas maneras, no cabe duda, pero ser quemado vivo es, sin duda, una de las peores, como una pesadilla de película de terror, como la última de las maldiciones divinas o diabólicas.
También he pensado en los vivos...; gente que están a la mitad de pagar la hipoteca y que, de pronto, ven que su vivienda es destruida pero que deberá seguir haciéndolo porque los bancos no conocen la misericordia, porque son insensibles a cualquier accidente, a cualquier carambola que la vida, esa puta de lujo. ¿Qué pensará esa gente?; ¿blasfemará contra Dios?, ¿se conformará con su desgraciado destino, como si fuesen un Job bíblico? No; no me gustaría estar en su pellejo, pero, al mismo tiempo, sé que nos puede pasar a cualquiera, incluso a los que vivimos en el pueblo, en una casa sin vecinos. Y puede ocurrirnos porque los tejados están aislados con el dichoso ‘poliuretano’ ese que agravó lo de Valencia; o porque las planchas de cualquier aislamiento térmico, sobre todo el ‘onduline’, es, por lo visto, como gasolina o como tea que ayudan a que el fuego se propague de manera incontrolada.
Aunque suene a barbaridad (me da cosa ponerlo con ‘v’ para que sea más bárbaro), esa pobre gente que murió se libró de lo de la hipoteca y, sobre todo, de luchar con los seguros para conseguir que les paguen toda la cobertura contratada; esta gente, para la desgracia del resto de los humanos, sólo piensa en sus beneficios y en los de su empresa, por lo que cobran con una diligencia estajanovista, pero les cuesta dios y ayuda pagar. Qué me lo digan a mi, que tuve que luchar como un vietnamita para que me abonasen el 80% del valor de un coche que tenía asegurado ¡a todo riesgo! A los que han sobrevivido a esta tragedia les esperan meses de combate para que los seguros les abonen todas las coberturas que tuvieran incluidas en el dichoso seguro, porque ellos pelearán hasta morir para buscar cualquier gatera para no abonar más que lo consideren que les va a su favor. Sé de lo que hablo, porque, además de lo del coche, perdí un juicio contra el Ayuntamiento de León. Una anochecida de primavera sin sueño, me esnafré en una calle con obras y sin señalizar: rompí el codo del brazo derecho hasta quedar casi inservible, y la compañía de seguros fue la que más pegas puso para que me indemnizaran. Huelga decir que el Juez, un cómodo apesebrado, les dio la razón, valiéndose del falso testimonio de un guindilla que pensó, en su fuero interno, que iba a heredar la caja del Ayuntamiento de León o la de la compañía de seguros, vaya uno a saber... Esto nos da una idea del nivel intelectual y ético de los que aprueban las oposiciones de policía municipal...
El asunto es que diez personas la palmaron en un incendio incontrolado en la ciudad de Valencia...; los que se libraron de la visita de la Parca, mal o bien, reharán sus vidas con más o menos fortuna, pero a los muertos, esos que fallecieron en un fuego que se parecía muy mucho al de las Fallas de la ciudad del Turia, no les quedará otro remedio que descansar por toda la eternidad esperando la venida del Altísimo en el valle de Josafat...
Este país nuestro, para nuestra desgracia, es muy de parranda y pandereta, de llorar cuándo no debemos, de rasgarnos las vestiduras por hechos que son del todo evitables... Lo que deberíamos hacer, en el peor de los casos, es sublevarnos, decir ¡basta!, dar hostias hasta cansarnos a esa gentuza y, sobre todo, no votar a ninguno de los indocumentados que se presentan a las elecciones. A lo peor, entonces, esta basca se daría cuenta de que sobran, de que no nos hacen ninguna falta. ¿De qué sirve que el Presidente del Gobierno o el Rey vayan a Valencia a solidarizarse con las víctimas? Pues, ¡como no!, de nada. Este fuego, como tantos otros avatares de la vida, era evitable. Solamente se tendrían que poner normas para que los capitalistas no escatimasen en los materiales con los que construyen nuestras casas o nuestros pisos; tampoco es tan difícil. Pero no; esta gente está acostumbrada a que el Poder, cualquier poder, diga ‘Amén’ a todas sus añagazas, a todos sus engaños, a sus desafueros. Normalmente, ¡claro!, no ocurre nada, pero cuando sucede se van de rositas como siempre han hecho.
Los diez muertos de Valencia debería hacernos recordar que no todo vale para ganar dinero... Salud y anarquía.