Arranca el curso después del verano más caluroso desde que existen registros. El político lo hace, qué sorpresa, en el mismo río revuelto en el que finalizó el pasado.
Asuntos que a todos nos afectan como la gestión adecuada del turismo. Algo tan sencillo, a priori, evitaría las indeseables masificaciones que sufren cada vez más localidades además de apagar el fuego de la turismofobia que se extiende sin control como consecuencia directa de dicha ausencia de medidas.
O también la financiación singular de Cataluña, con las polémicas que la rodean, que acabará desencadenando una quema colosal sea cual sea su resolución final.
Sin olvidar, claro, el tema candente de la migración irregular. La falta de una solución adecuada aviva la indeseable llama del racismo y la xenofobia.
El odio, como la pólvora o la yesca, arde con una simple chispa. Una vez salta esa chispa, crece con rapidez y se hace muy complicado de extinguir. Lo peor es que normalmente no se quema quien la enciende, porque suele arrasar primero con los más inocentes y vulnerables.
Otro curso que empieza es el escolar. Esta semana se incorporan a las clases, de forma gradual, alumnos de todas las edades. Los docentes lanzan un grito de auxilio, una vez más, por la escasez de personal en algunas materias. Aparte de la indefensión y la impotencia que sienten muchos de ellos ante las trabas que se encuentran a la hora de desempeñar su trabajo.
Los familiares y varios expertos muestran su preocupación por la bajada general del nivel de preparación de los estudiantes y por la influencia de la tecnología; redes sociales, pantallas o internet; en su aprendizaje y su normal desarrollo físico y psicológico.
Sin ser agorera, es obvio que esta problemática tiene bastantes posibilidades de desembocar en un futuro calcinado.
Esto no es nuevo, pero tendemos a normalizar que nada se solucione de forma definitiva. Con cada foco sin atender vamos quedando atrapados en medio de un incendio descontrolado que nos asfixia y nos quema.