Me gusta el fútbol, sin delirios ni frustraciones. Disfrutar y pasar el rato, animar a mi equipo y cuando acaba el partido a otra cosa. Sin más, un poco de nervio y algo de pasión porque lo esencial de la vida está en ámbitos distintos. Y, ahora que parece que gran parte de la afición es más de su club que de la selección nacional, mantengo toda mi atención y orgullo en la Roja.
El fútbol español ha entrado en bucle. Los árbitros están en el ojo del huracán porque el Real Madrid se siente perseguido en los terrenos de juego y en los despachos. Florentino Pérez ha puesto precio a la cabeza de unos cuantos trencillas y ha enviado a la tropa de su televisión y otros afines a cortar cabelleras. El mensaje se resume en que su equipo está siendo perjudicado desde hace décadas y que hay que cambiar el sistema arbitral. Sin embargo, ha sido el único equipo que no acudió a la reunión al respecto convocada en la Federación.
Me consta que el Madrid es el equipo con más seguidores y periodistas entregados del país porque es el que más títulos ha conseguido. A la gente le gusta ganar, a lo que sea, y seguir a los blancos debe llenar de gozo y satisfacción, que diría un monarca, el alma de sus fans. No es mi caso. Tampoco soy del otro grande, el Barça, así que estoy en esa minoría que puede gritar bien alto que si en España hay equipos beneficiados históricamente por los árbitros son el Real Madrid y el Barcelona. Ni es necesario poner ejemplos.
Comparto una idea con Florentino, es urgente cambiar el sistema arbitral. El fútbol mueve demasiado dinero y excesivas pasiones, por lo que sería conveniente poner los silbatos en bocas ajenas a la Federación y la Liga, al modo inglés o alemán. Como ha dicho algún futbolista sensato en los últimos días: «La culpa es de todos, clubes, presidentes, periodistas… dejad tranquilos a los árbitros, que ya tienen bastante con nosotros».