07/02/2025
 Actualizado a 07/02/2025
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Las ciudades no mueren de un día para otro. Se apagan poco a poco. Pierden su vitalidad hasta quedar reducidas a una sombra de lo que fueron. León, por desgracia, lleva tiempo avanzando por ese camino. El cierre de negocios, la falta de movimiento y la caída del comercio local no son casualidad. Son, entre otros, el resultado de decisiones que han bloqueado la circulación como un coágulo en una arteria, ocasionando lo que pasa a nuestro cuerpo cuando le falla la circulación sanguínea. La gangrena. Y, si no se actúa a tiempo, la amputación.

Uno de los principales problemas es la obsesión por peatonalizar sin criterio, convirtiendo el centro en una trampa en la que ni coches ni consumidores encuentran aparcamiento. Nadie duda de que una ciudad amable para el peatón es algo positivo, pero cuando se eliminan calles sin ofrecer alternativas de aparcamiento o soluciones de movilidad, lo que se consigue no es una ciudad más habitable, sino un páramo comercial. De nada sirve tener un casco histórico más accesible para el paseante si lo que antes eran calles llenas de vida comercial se están quedando sin escaparates iluminados y con demasiadas persianas bajadas.

El pequeño comercio leonés, verdadero motor económico de la ciudad, ha sobrevivido a duras penas a crisis económicas, pandemias, venta ‘online’ y a la competencia de las grandes superficies, pero lo que está ocurriendo ahora lo está abocando al desastre. Muchas compras requieren poco tiempo: entrar, elegir y salir. Pero si encontrar aparcamiento es una odisea y dar vueltas por el centro no garantiza nada, el resultado es predecible: la gente se rinde y se va a los grandes almacenes, donde aparcar no es un problema. Si se pretendía que el peatón ganara espacio, lo que se ha conseguido es que los clientes pierdan interés en ir al centro, porque no todo el mundo tiene el tiempo ni la paciencia de jugar a la ruleta rusa del aparcamiento cada vez que quiere hacer una compra rápida.

León está gobernada por una planificación de movilidad inspirada en ciudades mucho más grandes, con una red de transporte público que no tenemos y con una realidad económica que poco tiene que ver con la nuestra.

La solución no es difícil de imaginar, pero requiere voluntad política y una visión menos sectaria. Lo primero es escuchar a quienes están en primera línea: los comerciantes y sus asociaciones. Lo segundo es hacer una planificación urbanística sensata, que equilibre la movilidad con la actividad económica. Y lo tercero, habilitar nuevas plazas de aparcamiento donde sea viable, con servicios de ‘lanzadera’ gratuitos al centro de la ciudad.

La gangrena sigue avanzando. No podemos permitir que el centro de León se convierta en un mausoleo comercial en nombre de una movilidad mal entendida. Aún hay tiempo para actuar, pero el margen se agota. Porque una ciudad sin comercio es una ciudad sin vida. Y cuando se deja morir el comercio local, lo que se acaba perdiendo es la esencia misma de la ciudad.

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