Sucede esto: a medida que el mundo empeora –guerras, catástrofes naturales, fundamentalismos–, crece el número de animales en mi casa. Esta correlación, que parece absurda, tiene su sentido. Si te concentras en cuidar de esas pequeñas existencias, lo que ocurra fuera parece menos real. Ahora mismo, contando las ocho gallinas comunales de la aldea asturiana, en mi vida habitan once animales: Pinky, el jilguero heredado de mi padre, Balú, el rodesiano gigante, y ahora Mini Little, una cría de geko de Madagascar (Phelsuma quadriocellata). El geko tiene los ojos enormes, saltones, y la piel verde esmeralda. Si me pongo a escribir frente a él, se asoma entre las cañas de bambú del terrario y sigue todos mis movimientos. Cuidar de un geko de Madagascar no es ninguna broma. La temperatura del terrario debe encontrarse entre 28 y 30 Cº, la humedad, entre 75-90 %, además, el animal se alimenta de insectos… vivos. Con eso lo digo todo.
Cuando unos amigos nos anunciaron que habían tenido bebés geko y nos regalaban uno, V. dijo: a Pequeño Zar le encantará. Así que pidió el terrario y la comida por Internet. Llegaron un montón de paquetes, entre ellos, cajas de plástico con insectos que se revolvían enloquecidos. Colocó las cajas sobre la mesa. A ver, no es lo mismo escribir con un jilguero mirándote –gorjea cuando le hablas–, con un agaporni –que se coló un día por la ventana abierta–, con Balú dormitando o con un geko curioso, que ¡con cajas llenas de insectos! Una de ellas, con grillos que por la noche se ponían a cantar. Me prestan los grillos, pero tenerlos en el salón es otra historia. El día que se escaparon casi nos volvimos locos saltando detrás de ellos por toda la casa.
Le dije a V. que no podía llevarme a Mini Little y sus cajas de insectos vivos, más su calefactor, y sus no sé cuántos botes a mi piso de Madrid. ¿Y todas las mañanas me iba a poner a darle al geko moscas y grillos antes de salir pitando al cole con Pequeño Zar? Y cuando me fuera de vacaciones, ¿no solo tendría que llevarme el jilguero y las plantas, que mi coche parece un vivero, sino también a Mini Little y sus insectos?
Llegamos a un compromiso y ahora Mini Little va y viene de Asturias a Madrid como un señor. Hoy está mudando de piel. Se desprende de ella ayudándose con patas y boca como si se desprendiera de un traje de neopreno y después, se la zampa. Le sale un bulto enorme en la cabeza y empieza a contorsionarse hasta que le baja al estómago. Me mira y se esconde entre el bambú a dormitar. Demasiado esfuerzo, supongo. Esta noche, cuando ponga el Telediario, me sentaré al lado de Balú y echaré vistazos al geko a ver si así los horrores que escuche se difuminan... aunque no sé...