«Todos vosotros sois una génération perdue», le gritaba en 1920 el dueño de un taller a un joven mecánico que tardó la intemerata en reparar el motor del coche de Gertrud Stein. La escritora escuchó la frase y se la dijo a Hemingway: «Eso es lo que todos vosotros sois... todos los jóvenes que servisteis en la guerra. Sois una generación perdida». Esta idea torturó durante años al autor de ‘El viejo y el mar’, tanto que la incluyó en su libro ‘Fiesta’, y también a Scott Fitzgerald, que personificaría esa alienación personal en la psicología del ‘Gran Gatsby’.
Seguramente aquellos hombres que regresaron a sus hogares perturbados por los horrores de la I Guerra Mundial tenían una causa para sentirse enajenados, para odiar el mundo. El espanto de encararse con la muerte hace que las personas pierdan la fe.
Un siglo después, a juzgar por lo que vemos a la puerta de los institutos de secundaria, una gran mayoría de adolescentes parecen prepararse para ser una nueva generación perdida, pero en este caso, se convertirá en una generación de auténticos inútiles sin causa aparente.
Rodeados de comodidades, se apostan a la entrada cigarrillo en mano. Sus ojos son resaca y no les interesa nada que no sea sinónimo de placer. Pasan las horas mirando videos absurdos en las redes sociales. Se divierten insultando, ofendiendo, perreando. No tienen interés en aprender. Pueden tener delante una obra de arte y te dirán que «es una mierda y se la suda». No saben hablar. Jamás han leído un libro. Llevan zapatillas de marca y están de vuelta de todo en lo referente a sexo, drogas y reguetón. Tienen entre 12 y 16 y miran a esa minoría que estudia como si fuesen unos frikis de manual.
¿Son el fruto de la invasión de la IA y la revolución tecnológica? ¿Sus padres no han querido poner límites o viven ajenos y estresados?
Me pregunto si Hemingway les diría aun conociéndolos, que «el mundo es un buen lugar por el que vale la pena luchar».