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Gonzalo el de Horcadas

28/07/2024
 Actualizado a 28/07/2024
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Están en Horcadas de fiestas, que este año serán un poco más tristes: Hace unos días murió Gonzalo Valbuena, Gonzalín, seguramente el vecino más famoso de esta localidad del municipio de Riaño. Llegó a los 95 años, casi un siglo en el que casi nunca abandonó esa sonrisa grande con la que hoy se le recuerda.

Era pariente nuestro, al parecer por parte de la abuela Luisa. Todo el mundo le conocía y, aunque parezca una frase vacía de tan repetida, todo el mundo le quería. De pequeño me maravillaba su don de ubicuidad. Le veías en los aluches, en los bolos, en los partidos de fútbol (como espectador, árbitro o mezcla de ambos) y en todo sarao o verbena que aconteciese, muy bailón él y sin abandonar nunca esa sonrisa suya sin dientes.

Pero, sobre todo, le veías en el cruce de la nacional 621 con el desvío que bajaba hasta su pueblo. En verano y en invierno, por la mañana y por la tarde, apostado allí. Saludando con la mano a los coches que pasaban y estos devolviéndole el saludo con un pitido. Hace años una hemiplejia lo apartó temporalmente de su puesto de vigilancia. Pero al poco se le pudo volver a ver en el mismo sitio, primero con un andador y luego en una silla de ruedas. Sólo el ingreso en una residencia de Mansilla de las Mulas le hizo abandonar su saludo en la curva horcadiella. Así y todo, muchos conductores siguen (seguimos) pitando desde entonces al pasar por el cruce.

Fue, como dijo en estas páginas el tío Ful, el eterno mozo. Ni siquiera el paso del tiempo y los habituales sinsabores de la vejez le quitaron el buen humor, mientras a otros quintos suyos se les instalaba el gesto amargo en el rostro. Decían algunos que era porque estuvo toda la vida en el equipo de los solteros.

Hay una historia sobre él que me contaron hace mucho. Al parecer había un gran convite, no recuerdo si por una boda o un bautizo, que habían montado gente ‘importante’. En un momento, se hizo el silencio y él tomó la palabra para proclamar: «Quien come morcilla caga moreno». La verdad, abrumadora e impepinable, quedó ahí flotando en el aire. Y ahí sigue: yo la uso mucho en los ‘vernissage’ y las reuniones sofisticadas. Y sigue provocando el mismo efecto que supongo que tuvo en su momento: primero el silencio y luego el descojono general (con algunas narices arrugadas entre aquellos pobres de espíritu que hay y seguirá habiendo en el mundo).

 

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