Hace un tiempo tuve ocasión de visitar la bodega Gordonzello, referente de la denominación de origen León –la más grande, la líder en ventas–, que se encuentra en Gordoncillo. «Sin olvidar y aprendiendo de nuestra historia, trabajamos nuestro presente, construyendo nuestro futuro» se puede leer, en letras bien grandes, nada más llegar. Para que no haya dudas.
Cuenta con unas modernas instalaciones de más de 7000 metros cuadrados donde elaboran sus vinos –algunos de reconocido prestigio–, desde el momento mismo en que llega la uva –de sus propias viñas– hasta que salen las botellas al mercado, en un cuidado proceso que detalladamente me iba contando Fernando –¡muchísimas gracias!– al tiempo que recorríamos los distintos espacios. Llaman la atención las cubas en las que se depositan miles de litros de mosto que ha de fermentar; los cientos de barricas en las que reposa el vino hasta el momento preciso; las innumerables botellas, dispuestas ya para su consumo…
Pero lo que es realmente fascinante es su origen: el pueblo, por iniciativa propia, supo reinventarse y embarcarse en una aventura empresarial que empezó de cero hace ya como treinta años. En 1995 se constituyó la corporación, una sociedad anónima con 101 socios que aportaron 305 hectáreas de terreno –aprovechando una concentración parcelaria que permitió tenerlo todo junto–, comenzando al año siguiente la plantación de viñas, si bien habría que esperar para su primera vendimia –y su primer vino– hasta 1999; y hasta 2002 para que se iniciara la construcción de la bodega, ampliada en 2020.
En todo caso, si por algo se distingue Gordonzello, es por su filosofía. Porque más allá del lugar en donde se produce vino, es un espacio de experiencias. Desde visitas como esta y catas, hasta su ‘Museo de variedades’ –con 101 cepas de distintas uvas de todo el mundo–, pasando por un amplio programa de actividades culturales que, especialmente en agosto, llenan de vida la bodega. Y eso, desde luego, la hace especial…