30/06/2024
 Actualizado a 30/06/2024
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Leo que el gotelé es tendencia y busco. Me encuentro con páginas de interiorismo y arquitectura que cuentan que en realidad no es tan así, que lo rugoso vuelve a estar de moda en paredes, pero con otros acabados mucho más caros. Averiguo también que las principales búsquedas sobre esta técnica de pintura se centran en cómo eliminarlo, algo que por lo visto es bastante complicado y costoso.

El gotelé –lo sabrán ustedes y, si no, aquí queda– se empezó a utilizar con el objetivo de corregir las imperfecciones de los muros en las habitaciones de las casas. Las pequeñas gotitas de pintura, dispuestas sobre las superficies verticales, ayudaban a disimular abombamientos y otros desperfectos. Como en una cuestión metafísica, la dificultad para ver el todo –al contrario que en una pared lisa– ayuda a que los ojos ‘descansen’ en su afán escrutador y perfeccionista.

Leo igualmente que la generalización del pladur y de modernas aplicaciones de yeso condenan al gotelé a una inexorable desaparición. De ahí que cada vez sea más complicado encontrar quien use las máquinas para su empleo: aquellas pistolas conectadas a un compresor y que ‘escupían’ la pintura con un característico sonido. Estaban otras aplicaciones más artesanales, como mojar estuco en los pelos de una escoba e ir ‘besando’ las paredes con ellos, pero aquello dejaba unos insufribles picos que dañaban y llagaban a quien se apoyase ahí.

Quienes crecimos en una casa con gotelé sólo podemos lamentar su extinción. Acumulará polvo, sí, y será un infierno repintar, pero en aquellas tardes largas sin nada que hacer, lo de mirar al techo o a la pared adquiría una dimensión increíble. Igual que al encontrar formas en las nubes, un vistazo por las caprichosas figuras de las gotitas suponía un viaje por animales, paisajes y rostros. La costumbre hacía que se encontrasen imágenes recurrentes, que el tedio o la pena o el estar reflexionando porque sí provocasen encuentros con esa cara extraña, con ese camello de patas muy cortas o con esa silueta tan parecida a la provincia de Badajoz.

Nuestro cerebro, dicen, está más preparado para el orden que para lo aleatorio. Prefiere el ritmo al caos. Pero en un momento en que todo se reduce a unos y ceros (ordenador y orden tienen la misma raíz), lo inesperado, lo extraño, lo grotesco es un refugio frente a la uniformidad a la que nos aboca la tecnología. Frente a una realidad generada con copias de copias de copias, desde aquí invito a pasar una tarde con la mirada perdida vagando por una pared irregular.

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