Pero cómo no va a ser loco febrerillo con todas las cosas que acontecen en él. Estos días que anda una ya cansada de tanto invierno, de tanta mantita al amor del sofá, espía desde la ventana de la cocina la sombra del membrillar. Ya casi llega al linde de piedra y allá para junio dará una vuelta entera sobre el suelo del jardín. Así estará durante semanas hasta que el sol lance otras sombras preludiando el final del verano, el otoño y vuelta al invierno, precioso a la par que duro. Y qué tendrá el invierno que sume en el olvido esas cosas que se enredan, inexplicablemente, en el corazón.
Pero hay días en febrero que dan un respiro, salvo si el nublado viene del Monte San Pedro, que eso no hay quien lo levante. Salvo en ese caso -decía- la jornada puede tener tanta variedad de estados como el ánimo de una loca, en fondo y forma, y desde un lugar remoto, con las heladas umbrías cubiertas de nieve, llega también un anticipo de primavera.
Hoy, por ejemplo, el día amaneció de perros, pero a media mañana se podía decir que habitábamos abril. Las tijeras de podar anduvieron listas por los rosales y de entre las hojas caídas del avellano, se hicieron notar los narcisos y los tulipanes. Así que me arrodillé a despejarles el terreno: que si quita esos musgos, que si arranca esas hierbas cuando, de pronto, apareció él. Tan, tan bonito, tan valiente y descarado, esperando que me apartase un poco para meter el pico aquí y allá, aprovechándose de lo expuestas que yo había dejado las larvas y morucas. Al petirrojo no le importó que me quedara allí de rodillas. Valiente como él solo, con apartar las manos de la tierra fue suficiente y con su cuerpecillo diminuto y el pecho rojo, comiendo, ojo avizor, y codo con codo, amasaba junto a mí las ganas de primavera.
¿Sabían que el petirrojo es uno de los pajarillos que más cantan a lo largo del día? Que cuando amanece, ahí está entre los primeros y que al atardecer los últimos trinos son los de él. Es un placer sin límite observarlo, tanta vitalidad conmueve. De pronto, ambos contuvimos el aliento. Cerca de nosotros una gata maullaba desaforada. Dio tres saltitos y se escondió entre la espesura de la Kerria. Y es que, otra cosa que tiene febrero es que las gatas entran en celo y San Valentín… y vuelven las cigüeñas por San Blas. Desde los chopos más altos del valle, expulsadas de torres y campanarios, machacan ajo ruidosamente y cuando se lanzan a la pradera, porque han avistado algún ratón, mueven el aire con sus enormes alas, haciendo un ruido como de carabela cambiando de rumbo en la mitad de la mar inmensa.
No me digan que no tiene cosas el febrerillo loco, que no tiene palabra, ni juicio tampoco.
Una más: se celebra la entrega de los premios Goya. Un colectivo, el del cine, que desde su atalaya y a su manera, no sin correr ciertos riesgos, le echan el mismo valor que el petirrojo a la vida, para denunciar las injusticias del mundo. No olvidemos que Karla Sofia Gascón, en apenas 10 días, pasó de ser idolatrada a vetada por unos tuits racistas y antimusulmanes. Les recuerdo que a Marlon Brando tardaron 40 años en reconocerle como violador de María Schneider en ‘El último tango en París’; demasiado tarde para apartarlo de ninguna parte, demasiado tarde para todo...
No sé si algo hemos mejorado, ni en qué. Ni por qué con unas son tan rápidos y con otras nunca llegan. Ni qué tiene Brando que no tenga Gascón (o viceversa) en su indecencia.
En ‘los Goya’ también recordaron que tener una casa donde vivir no es un negocio, es un derecho; y que Donald Trump es un hombre con muchos planes que nos incumben a todas. Hubo quien se acordó de su madre y por ende de todas las mujeres luchadoras y otro que declamó el amor a los cuatro vientos … en fin, de todo un poco y raudales de nada. Se agradece, cómo no. Lo único que no acabo de ver es que, a pesar de ser un colectivo de creativos, uno de los vértices de la cultura española, hacen la gala más hortera que he visto en mi vida. Y ¡ojo!, que esto no deja de ser un criterio estético tan válido como otro cualquiera… y están en su derecho. Gracias por la función y que sea por muchos años.