Desgraciadamente la situación del mundo y de España nos recuerda aquella frase atribuida a Ana Frank: «Cuando se piensa en el prójimo es como para llorar todo el día». Si abrimos los ojos y pensamos en el mundo en que vivimos y en el devenir de nuestra sociedad no solamente es como para llorar, sino para perder el sueño, aunque haya quien prefiera dormir a pierna suelta, como que no pasa nada. Pero ello no debería impedirnos ver y reconocer las cosas buenas.
Hace varios años, cuando la minería estaba en pleno auge y poblaciones como Fabero rebosaban de gente y actividad, las viejas escuelas resultaban más que insuficientes. Fue entonces cuando el entonces Obispo de Astorga decidió abrir un colegio de Enseñanza Media en Vega de Espinareda, permitiendo estudiar a cientos de jóvenes de la comarca. A pocos kilómetros, en Fabero, unas monjas pertenecientes a una congregación francesa decidieron abrir un colegio con guardería infantil y enseñanza primaria, incluyendo también internado para chicas. Más tarde ya se hicieron más escuelas y un Instituto de bachillerato y otro de formación profesional. Las monjas dejaron de impartir clase y su casa quedó solamente como residencia para hijas de mineros, becarias de Reaseguros.
El gobierno de turno suprimió estas becas y las monjas se vieron abocadas a cerrar. En principio era una gran pérdida para Fabero, pero no fue difícil convencer a las monjas de que tenían que seguir y abrir su casa a mujeres con problemas, como hacían en Francia. Nadie diría que fuera tan urgente, pero pronto empezaron a venir mujeres maltratadas, chicas solteras embarazadas, en situación difícil. Al principio no había más medios que la generosidad y buena voluntad de la gente. Han pasado, y siguen llegando, muchos cientos de mujeres y niños en estos casi cuarenta años. Fue el primer gran centro de referencia de Castilla y León para abordar esta problemática y con gran eficiencia.
El primer domingo de septiembre se hace en Fabero un homenaje de despedida a Marie Paul (Maripol) que ha ejercido como Superiora desde hace casi treinta años, acompañada de sus hermanas de comunidad. Maripol es toda una institución. Siempre hacen más ruido los agentes del mal que quienes anónima y silenciosamente dedican su vida a los demás. Por eso no deja de ser reconfortante poder escribir sobre estas cosas y no hablar solamente de los políticos, que tendrían mucho que aprender de quienes, como Maripol, entregan su vida a los demás sin esperar nada a cambio.