(A Diego un maestro con los mapas, los tesoros y las islas perdidas allende los mares)
Parece ser, según los sabios, que los sentimientos son la experiencia subjetiva y consciente de una emoción.
Para algunas personas ( no todas, no se vayan ustedes a emocionar) siempre que hay consciencia hay, también, una inevitable avocación al análisis, a la interpretación personal y en el caso de los sentimientos no iba a ser diferente, incluso dando un paso más, se suele ir a la indagación de la emoción que los causa, permitiendo esto plantear casi involuntariamente, una especie de mapa o de ruta: tales situaciones o personas me producen estas emociones, estas emociones me producen estos sentimientos, estos sentimientos le dan a mi vida esta calidad, este sentido, esta perspectiva.
Un sentir es un tesoro que me dicta a cada instante.
Así que la vida podría ser un continuo elaborar el mapa de un tesoro escondido en una isla perdida allende los mares y que guardamos, cuidadosas, después de haberlo dibujado próvidamente. El del mapa de un tesoro escondido en una isla en mitad del océano ( por ejemplo Fuerteventura) siempre me ha parecido una metáfora preciosa para la buscadora avezada que sale al encuentro a cada paso que da.
Pero volviendo al tema que nos ocupa ( si es que en algún momento me había desviado de él), parece razonable y lógico, conveniente, intentar retrotraerse al motivo de esa emoción. Sobre todo porque una emoción siempre implica una alteración intensa del cuerpo. El cuerpo que acaba siendo el crisol de todo aquello que nos transita con mayor o menor acierto y sin el cual, nada parece tener sentido en este escenario llamado planeta Tierra.
El cuerpo que es mi bajel, mi bandera, mi casa, mi brújula, mi isla, mientras la aventura continua inagotable.
El cuerpo que me invita a vomitar ante un sentimiento de aversión. O me mete unos cientos de mariposas en el estómago (cuando con tres o cuatro valdría). La piel pidiendo paso, como con prisa, no se sabe si conteniendo o liberando lo que se acaba de colar dentro. Los ojos llenos de lágrimas. El arqueamiento indomable de la comisura de los labios. El galope tendido de un corazón que no cabe en el pecho. Y tantos y tantos. Con un sinfín de gestos nuestro cuerpo nos dice que está al tanto de lo que en nuestra alma acampa.
Hay sentimientos que hacen sufrir terriblemente y otros que nos liberan. Quizá la base del ejercicio de una libertad responsable, empieza por ahí.
Personalmente creo que con el sentimiento que mejores mapas se dibuja es el agradecimiento. Es un sentimiento equilibrado exquisitamente, tanta satisfacción da darlo como recibirlo. Además no tiene subterfugios lo que le enviste de una comodidad sin paliativos. También es altamente curativo pues estimula el hipotálamo, que regula el estrés, e incrementa nuestra autoestima y la percepción de salud. Y es totalmente independiente de parámetros y sistemas cartesianos raros, es el adalid de la sencillez, por decirlo en pocas palabras, por lo tanto se puede practicar en cualquier circunstancia. Tan pronto está en un rallo de luz, como en una brisa, como en una aroma o en la sensación aterciopelada de una algo que te roza. Es un crack con los círculos viciosos pues solamente con pronunciar su nombre todo se disuelve. La suya es una ecuación equilibrada. Dar y recibir se conjugan en un único gesto, sincero, consciente, libertador, justo, equilibrado. Se lo recomiendo vívidamente. Miren que podría sugerirles del amor, de la esperanza, de la alegría … en fin, pero lo hago con la gratitud. Prueben, prueben y si encuentran alguno más mejor… cuéntennoslo.