16/01/2025
 Actualizado a 16/01/2025
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Qué pena que seamos los propios leoneses los principales enemigos de nuestra tierra. Qué tristeza que tengamos vista de lince para buscar fuera la causa de nuestros problemas y seamos miopes para buscar dentro las soluciones. Decíamos ayer –quien dice ayer dice hace dos semanas en estas mismas líneas– que León no se muere, sino que lo matamos entre todos. Insisto, entre todos, porque todos significa todos, no todos menos quien hable en cada caso. Ya nadie duda a estas alturas de la existencia de enemigos que nos putean con disimulo extramuros del reino y que en cierto modo son como las meigas. Haberlos, haylos y lucen una sonrisa de oreja a oreja al ver que somos líderes en sangría demográfica y exportación de talento o que nos limitamos a llorar y a pelearnos entre nosotros porque se llevan los proyectos que en su día se pensaron para nosotros.

Pero recuerde, avezado lector, a León lo matamos entre todos, Tanto peca el que mata como el que tira de la pata, porque jode ver esa sonrisa en quienes se han quedado con todo sin que ningún zaguero local les haya entrado a la espinilla para intentar borrársela. Claro, en el fondo son funambulistas más que futbolistas, porque no pueden decir a las claras con qué equipo van, si con el de su tierra o con el de sus siglas, con el de quienes les votamos o con el que quienes les permiten seguir aspirando a que les votemos. 

¿Dónde estaban los funambulistas leoneses –socialistas o populares– cuando se decidió que la alta velocidad a Galicia iría por Zamora en lugar de por Ponferrada? ¿Que hacían cuando se decidió que el eje prioritario del Corredor Atlántico se desviaría de León para apostar el que forman Salamanca, Valladolid y Burgos? Porque todo ello ha hecho que dure ya dos décadas el tiempo entre mentiras que llevamos esperando por la plataforma de Torneros, que se ha mudado a orillas del Pisuerga mientras aquí los talleres ferroviarios se caen a cachos y seguimos metidos en estudios de viabilidad para el lazo del Manzanal. ¿Dónde estaban cuando se cerró la Ruta de la Plata o cuando se desguazó el proyecto de integración de Feve? ¿Qué hacían cuando se recortó el soterramiento o cuando se tiró el edificio moderno de San Marcos a sabiendas de que no había proyecto para volver a levantarlo? ¿Dónde están cuando dicen que no se va a acabar la autovía León-Valladolid?

Y así podríamos seguir hasta que berre la gocha, pero ha quedado claro que a León lo matamos entre todos, también los que juntamos letras y no les exigimos lo suficiente o tiramos piedras contra el tejado de nuestro propio terruño. A León lo matamos entre todos, porque todos votamos, aunque la encrucijada es compleja si la única alternativa a los grandes funambulistas vive sólo del llanto y está atada de pies y manos hasta el punto de tener que ver cómo su socio de gobierno en la Diputación apoya la moción por la autonomía para decir a los cuatro días que sólo movería un dedo para lograrla si supiera que así se arreglarían todos los problemas.

Lo dicho, entre todos lo matamos y él solo se murió.

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