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Hablando con Pablo Matesanz

24/09/2024
 Actualizado a 24/09/2024
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Al tomar ese café mañanero en El Rincón del Valle, donde, además de un trato familiar, te proporciona ese encuentro entre los amigos que diariamente coincides, en este caso acompañado por mi vecino, y mucho más que amigo, Miguel Alonso.

Manolo del Valle te hace la pregunta de rigor antes de servirte al café: ¿quieres una magdalena, tortilla etc., o algo de lo que tenga? En definitiva, eliges lo que mejor te venga. Entonces saludo a otro amigo habitual, Pablo Matesanz, al que por motivos personales conozco desde que siendo joven comenzaba su periplo laboral en la firma Cortefiel como compañero de quien fuera mi novia por entonces, después esposa inolvidable. Al hilo de la tapa ofrecida por Manolo Valle comenzamos a charlar sobre cómo eran los bocadillos que se comían en aquellos pretéritos años en los bares de la época. Pablo me comentaba que siendo él más joven de la tienda le mandaban al Bar Morán, conocido por ‘el tío galochas’ debido a que era ese el calzado que usaba para estar detrás del mostrador y que le preservaba de la humedad.

La verdad es que en estos encuentros y lugares es donde te das cuenta de los años que tienes y de los que has vivido. El citado Pablo, aunque ya entrado en años, es más joven que un servidor y con una buena memoria. Digo lo de la memoria, por lo que me narró, y que yo, vagamente, recordaba, como eran los nombres de aquellos bocadillos que, a media tarde, le encomendaban a Pablo ir a comprar, generalmente, al bar Morán de ‘ Averonchos’ (mejillones) con Trilucas (anchoas). Los nombres eran puestos por los compañeros de trabajo sin responder a criterio empírico alguno.

Eran tiempos en los que tenías que elegir entre bocadillo o ir al cine. No me olvido de los de calamares que el Bar Sevilla, además de los resultados de los partidos de fútbol impresos con blanco España en una pizarra o en el cristal del establecimiento; así los del también afamados del bar San Román que te hacían chuparte los dedos.

A riesgo de resultarle pesado siempre que le veo, que casi es a diario, no me reprimo de sacarle a colación aquellos recuerdos imborrables de quien tanto quise y que, aunque no se encuentra entre nosotros, yo la llevo conmigo siempre.

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