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Qué hacer con tanto escombro

16/12/2024
 Actualizado a 16/12/2024
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El cambio en Siria venía larvándose (siempre hay algo que se está larvando en los lugares de conflicto y trauma), pero lo que no logró una solución en trece años de guerra terrible, parece que se ha arreglado en cosa de trece días. Así son las cosas en este mundo de hoy. La historia acelera de pronto, a veces de manera imprevisible, y el guion que algunos establecen, o pretendían establecer, deja de cumplirse. Y así, muchos politólogos han creído ver en la caída veloz de Bachar el Asad el síntoma evidente de otras debilidades geoestratégicas. Países que han empezado a preocuparse por asuntos diferentes, que están a otra cosa, o sea, y han dejado de considerar imprescindible el mantenimiento del poder dictatorial en ese país, atravesado desde tiempos inmemoriales por todos los vientos de la historia.

Hay una sensación de que este mundo contemporáneo, tan aparentemente controlado por las nuevas tecnologías, es, sin embargo, un avispero difícil de dominar. Los guiones cambian de pronto, los intereses de algunos, también. Esa atmósfera líquida de nuestro tiempo hace que nada parezca suficientemente fundamentado, ni siquiera coherente, pues hoy la velocidad de la Historia es muy superior, todo viaja aceleradamente, y, por tanto, produce cambios más inmediatos. Es verdad que existen sociedades menos dinámicas, o países que aparentan una rocosidad inabordable. Pero ya no es posible hacer tantas predicciones ni vaticinios. La incertidumbre se ha convertido, quizás, en una de las características fundamentales de este tiempo. Por eso tantos políticos empiezan a parecer inconsistentes y vanos. 

Siria es un episodio más, fundamental, en la gran tormenta que vuelve a sacudir Oriente Próximo. Esas tierras torturadas en las que se desarrolló gran parte de nuestro pasado cultural, en las que se amasó gran parte de nuestra civilización, no dejan de estar sometidas a poderosos y violentos terremotos políticos, ideológicos, sociales y, sí, religiosos. Pero en realidad, como casi siempre, es un asunto que tiene que ver con el poder. El poder, el dominio del otro, suele envenenar todas las cosas. Contemplando tantas imágenes de destrucción en la región (una vez más), la inestabilidad política y el deseo de los ciudadanos de sacudirse a veces poderes que complican más sus vidas que otra cosa (es decir, lo contrario de lo que debe ser la política), uno se pregunta qué haremos con tantos escombros.

No sólo los escombros físicos que derivan de la guerra (y que hablan tan mal de nosotros como especie, la más depredadora, la más letal de cuantas existen sobre la Tierra). También los escombros de la mente y del corazón. Los que tienen que ver con los odios inflamados, hoy tan de moda. Los escombros que brotan del desánimo, de la pobreza, del desaliento, del sentimiento de injusticia de los que siempre pierden (no sólo vidas queridas, sino hacienda, dignidad y futuro). Escombros que, si todo se da mal, y suele darse mal, acaban alimentando otros autoritarismos, otras tiranías, otras intransigencias, provocando un círculo vicioso infernal.

Pero algunos ven cierta esperanza en los cambios que están a punto de operarse en Siria. Aseguran que nada puede ser peor que lo que tenían, y nada peor que una guerra civil. Conociendo la fragmentación de la región y el carrusel de presiones externas, y no sólo en Siria, la construcción de estados viables (y democráticos) se presenta en ocasiones como poco menos que milagrosa. Pero sí, tal vez hay que creer. La guerra prende a veces con virulencia, arrastra a los más jóvenes, que son los que han de reconstruir un país, destroza la economía, el patrimonio y la vida de la gente. Desgraciadamente, la guerra sigue siendo una herramienta que el ser humano no desdeña, sobre todo si se empecina en no perder el poder.

Apaciguar una región polarizada, extremadamente compleja y de recursos limitados (a pesar de los recursos naturales en algunos casos), con economías y ciudades quebradas y poblaciones viviendo bajo el umbral de la pobreza, exige una gran acción colectiva y solidaria, liderazgos fuertes y democráticos, voluntad de perdón y no de venganza, apertura hacia las minorías y defensa de las diferencias culturales. Un puzle tan complejo como siempre ha sido. Pero sucede que estamos hablando de territorios con varias y profundas capas de historia bajo sus pies, un gran objeto de deseo. Con todo, el presente es lo que importa de verdad. La vida de ahora mismo.

Mientras el mundo contempla a Siria, en esa tarea ciclópea que debe acometer, en la que las dificultades parecen obvias, el propio mundo se mueve en torno a una extraña confusión. Siempre defenderé que los países gestionen su futuro desde el poder soberano de sus ciudadanos, sin injerencias ni presiones, pero afirmar eso, no pocas veces, es algo así como presentarse como un iluso. Paradójicamente, el futuro presidente de los Estados Unidos, Donald Trump (anda por ahí ya ejerciendo, o casi, sin haber tomado posesión) no parece interesado en tener planes para estos asuntos globales. El proteccionismo económico parece su verdadera obsesión. Una burbuja que le libere de las incomodidades del mundo, de las responsabilidades de una potencia, quién sabe si de la misma OTAN. Se ha sacudido, al menos de palabra, cualquier interés en la transición política de Siria, y puede que eso ocurra pronto en otros lugares del globo, aunque no en todos. ¿Lo hará en Ucrania? Su conversación con Zelenski en Notre Dame parecía más bien una cosa para la galería, organizada por un Macron hábil en la diplomacia, aunque, a lo que se ve, no tan hábil comprendiendo lo votado por sus compatriotas franceses y actuando en consecuencia.

No se puede renunciar a la defensa de la libertad, por más que el mundo nos disguste. Es verdad que la experiencia de occidente después de la caída de dictadores o autócratas en otras latitudes, en la que intervinieron de una u otra forma, no ha sido satisfactoria. Mucho preocuparse por el antes y muy poco por el después. El panorama global nos revela estados sumidos ya en el caos político, en la indefinición o proyectando un autoritarismo que afecta gravemente a la población, o a parte de ella. El crecimiento de las inseguridades, de las injusticias y de la pobreza, cada vez más ante la indiferencia del Primer Mundo (empieza a primar el recorte del estado, aunque eso afecte siempre a los más desfavorecidos, empezando por los propios) nos dibuja un futuro inmediato ciertamente preocupante. La indiferencia y la ausencia de altura de miras, de altura política en general, nos puede llevar a escenarios muy indeseables. Europa debe despertar ya.

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