Europa vive la resaca causada por las últimas jornadas electorales. Toca reflexionar, digerir resultados, asumir consecuencias y tomar ciertas decisiones.
Los ciudadanos, al votar, otorgan su confianza a unos representantes y castigan a otros.
Para variar, quienes adquieran la responsabilidad de participar en la elección del rumbo a seguir, deberían hacerlo pensando en el futuro que se quiere crear. Y tener en cuenta que el mundo que los gobernantes construyen con sus políticas es el mismo en el que vivimos todos, no solo ellos.
También que se aborden las problemáticas más urgentes y los temas más importantes desde diferentes puntos de vista. Que se tomen las medidas que de verdad convengan al bienestar de las personas y del planeta, no solo las que reporten beneficios económicos a costa de lo que sea.
Claro que esperar algo así viene a ser lo mismo que pedirle peras a un olmo.
Ayer fue el día internacional para el diálogo entre civilizaciones. Otra utopía mientras nos empeñemos en poner los propios intereses por encima de cualquier argumento.
Tal vez los seres humanos, definidos como seres sociales, caminamos hacia el individualismo y perdemos la capacidad de convivir sin pisotear a los demás.
Lo que es obvio, y está ratificado por varios estudios, es que somos cada vez menos felices. Parece contradictorio que suceda esto ahora, que se supone que tenemos casi todo lo que necesitamos a un simple click.
La tecnología pone a nuestra disposición una oferta de todo tipo de productos, incluidas relaciones personales, mucho más amplia de lo que podemos abarcar. Y nos sentimos vacíos y solos.
Quizás la solución sea conectar de nuevo con nuestra verdadera naturaleza.
Para Erasmo de Rotterdam, filósofo neerlandés de la edad media, la felicidad consiste principalmente en conformarse con la suerte; querer ser lo que uno es.
En su ensayo ‘Elogio de la locura’, en 1511, afirmaba que la inocencia y la simplicidad de la vida son los pilares que sostienen una existencia feliz.