Lo han vuelto a hacer

29/05/2024
 Actualizado a 29/05/2024
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El fútbol femenino lo ha vuelto a hacer. Récord de público asistente durante la final de la Champions League y un equipo que se muestra invencible en la Liga Española. Jugadoras más presentes en las calles, no solo dentro de sus campos deportivos, en la publicidad y en los medios de comunicación que (no sin ciertas salvedades) las llevan cada vez más hasta sus portadas.

El fútbol femenino lo ha vuelto a hacer. Y ellos, también. El tironcito de camiseta que protagonizaron el señor alcalde y el señor presidente, ante la mirada sarcástica y atónita de la capitana del FC Barcelona, Alexia Putellas, no es más que la ejemplificación de todo eso que dicen que no sucede, pero que sí que pasa. No quieren hablar de ‘mansplaining’, ni de techo de cristal. Tampoco de discriminación positiva, por no discutir el concepto de igualdad y líbreme de mencionar la palabra feminismo. Pero todo lo que no quiere ser nombrado está ahí, estuvo en ese ‘simple’ gesto.

El fútbol femenino vuelve a posicionar el absurdo negacionismo en la conversación. La cara de circunstancia de Putellas no es algo casual –ya le había sucedido al bajar la copa del avión, «con dos pelotas», como dijo Dani Garrido– y hay que lamentar que el deporte no sea el único sector donde el ridículo, la estupefacción y la indignación se mezclen tanto que la sociedad ya no sepa ni en qué lugar encontrarse. «Normalmente se dirigen a mis compañeros como Doctor, yo siempre he sido Marina». Las palabras de Marina Pollán, científica e investigadora bañezana, directora del Instituto de Salud Carlos III, ponen también en evidencia el lugar simbólico que ocupan las mujeres en los puestos de poder del ámbito sanitario, por ejemplo. Y me refiero a simbólico, porque de cuerpo presente, como quien dice, están ahí. Como ella razonaba , «somos mayoría, así que no es de extrañar que ocupemos puestos de relevancia».

Los reconocimientos a quien corresponda, que bastantes mujeres tuvieron que disfrazarse de lo que no eran para conseguir estar en los espacios que siempre les han pertenecido. El tironcito, esta vez, en las orejas. Aunque ya ha dejado de ser suficiente.

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