La pasada semana, el 8 de julio, se celebró el día mundial de la alergia. Un problema que afecta a un 33 % de la población. La previsión es que siga una trayectoria ascendente y aumente de forma progresiva el número de alérgicos. Las causas más habituales son la alimentación y los factores ambientales. Los sistemas inmunitarios sufren alteraciones que desembocan en respuestas exageradas ante elementos, en principio, inofensivos.
El hecho de que cada vez más personas padezcan los efectos de estas reacciones lleva a pensar que lo que comemos y lo que respiramos no es tan saludable como cabría desear.
Es frecuente encontrar advertencias sobre productos, algunos consumidos de forma habitual desde hace décadas, que pueden producir enfermedades como el cáncer.
O que llegan al consumidor adulterados en un intento de dar gato por liebre. Esto es, si cabe, más grave, porque se está jugando con nuestro bienestar. Y se hace con conocimiento de causa.
Por otro lado, la calidad del aire que llega a nuestros pulmones está lejos de ser la correcta. Los niveles de contaminación crecen. En muchas zonas, de hecho, sobrepasan los límites de lo aceptable. El aire puro; sin gases, residuos, químicos, etc.; es casi inexistente. Se ve limitado a muy pocos y afortunados lugares.
Teniendo estos detalles en cuenta, parece lógico que nuestra salud se vea resentida por la exposición a alérgenos y a desencadenantes de múltiples complicaciones.
Algo muy difícil, por no decir imposible, de controlar o corregir a estas alturas. No sirve de nada exigir cambios, ¿para qué?
Los sucesos de los últimos días también pueden producir alergia, en este caso la de nuestro estado de ánimo. Terremotos varios nos sacuden tanto a nivel internacional como en nuestro país. Aunque la mayoría de ellos son políticos, un tema que suele ignorarse. No vale la pena dedicarle más de un vistazo. ¿O sí?
Al menos la selección española ha ganado la Eurocopa. El esfuerzo suele tener su recompensa. Enhorabuena.