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Hasta el año que viene

31/12/2024
 Actualizado a 31/12/2024
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Cuando esto escribo lo hago pensando en aquellos años en que las inocentadas estaban a la orden del día, sin que a casi nadie le parecieran mal. La más elemental y casi de uso exclusivo de la chavalería consistía en clavar un monigote de papel, con una alfiler, en las espalda, suscitando la risa de los que lo percibían por la calle. Después estaban las que la conocidísima tienda el ‘Maragato’, situada en la avenida del Padre Isla, que era la proveía a casi toda la provincia de artículos para inocentadas, además de multitud de utensilios para diferentes labores. Entonces debías de tener cuidado en que lugar entrabas, fundamentalmente en bares, donde uno solía alternar habitualmente. Era muy corriente que al tomar un vaso de vino, con la consiguiente tapa, en este caso un bocarte rebozado y que ese día, en lugar de la mencionada tapa, te metieran una rodaja de corcho que, con el rebozado frito, disimulaba la presencia del producto del alcornoque a la hora de proceder a masticarlo. La cosa tenía su gracia cuando, de manera rotatoria, el cliente que había sido objeto de la inocentada, mientras masticaba la rodaja de corcho sin mostrarse víctima de la inocentada, esperaba la llegada de otro penitente al bar para ver el efecto que producía la broma de las que ellos habían sido víctimas y así, sucesivamente, se iban provocando unas risas haciendo honor la festividad el día. Hoy los santos inocentes casi pasan desapercibidos. Recuerdo alguna de las que por aquellos años se llevaban a cabo.

Una de ellas consistía en mandar al chaval de una tienda que fuera a otra, con la que los artífices de la citada broma se habían puesto en contacto telefónico, a por la máquina de redondear esquinas, por ejemplo. A tal efecto, se le cargaba con una estufa vieja, o cualquier otro trasto en un saco, entre más pesado mejor, que una vez de vuelta con él a la tienda que la había demandado, le decían que no era aquella, y así hasta el chico de los recados se cansaba de las idas y venidas que le eran encomendadas y se negaba a este tipo de alimentos. En los bares que, por ser sitios de encuentro, eran donde más proliferaban las bromas. A mi me hacia mucha gracia cuando no existía la moderna telefonía de la que hoy disfrutamos, y era frecuente que se llamara al bar del barrio requiriendo a algún parroquiano para que fuera para casa que ya hora de la cena. La llamada era falsa y la inocentada consistía en untar con un corcho quemado el auricular de la baquelita del teléfono de entonces y, como era de color negro, después de ser frotado en la oreja con un «diga, diga» sin encontrar contestación al otro lado, se volvía a incorporar a la partida del bar con la mencionada oreja teñida de color negro y diciendo, nada, se debían de haber confundido. Muchas serian las bromas que el día de los inocentes tenían lugar en aquellos años en los que cualquier situación desenfadada daba lugar a echa unas risas sin tener que acudir a los medios actuales ni al sentido del humor mal entendido.

Como hoy el es el último día del año me gusta evocar algunos recuerdos que nos dejen un buen sabor a la espera de los Reyes Magos que, montados en sus camellos, o caballos, vengan cargados de regalos para los niños que se hayan portado bien y prometan seguir haciéndolo y estudiando para el año 2025, ya se encuentran pernoctando a pocos kilómetros de León. Aunque ya estamos en la cuesta abajo de la Navidad, siempre se encuentra uno con amigos a los que, sin salir de León, hace bastante que no ves. Así me pasó con mi amigo Nano Valbuena que, aunque no es frecuente encontrarnos, siempre surge una breve ocasión para recordar aquellos años en los que todos éramos más jóvenes, y también algo más reivindicativos, alegrándonos de seguir estando vivos cuando tantos otros se han quedado por el camino pero, como vulgarmente decimos: «no hay mal que cien años dure , ni cuerpo que los resista». Así que de todo corazón: Feliz año 2025 y a vivir bien, y beber con moderación. 

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