Lo que queda del PSOE, esa resistencia hasta ahora inútil y en los márgenes a los despropósitos de Ferraz, parece hoy más numerosa. Hace tiempo quedó claro que no volverá a existir el PSOE moderado y de Estado hasta que se extinga un sanchismo que va más allá de Pedro Sánchez. Pero las grietas que causa cada paso en la desarmortización de España solo para mantener el poder son día a día más profundas. Aunque todavía pocos, comienzan a sumarse dirigentes socialistas a la oposición interna de Emiliano García-Page y Javier Lambán, que de tan cotidiana se ha convertido en baldía. Cargos de Asturias, Extremadura y Castilla y León han criticado duramente el preacuerdo de soberanía fiscal para Cataluña entre el PSC y ERC por ser una quiebra de la igualdad y la solidaridad entre territorios. Otros han preferido la cautela pero fuera de La Moncloa nadie se muestra tan feliz y apasionado como el presidente.
Sentenció Page un contundente «hasta aquí» del que enseguida se rió Sánchez desafiante. Una protesta, una amenaza o simplemente un desahogo igual que los que pronunció tras cada una de las cesiones al independentismo. Si ese «hasta aquí» va más allá de grandes titulares, si el «no va a salir» de Luis Tudanca no es solo una pataleta, si el órdago de ser «contundente y coherente» de Gimena Llamedo se cumple hay ladrillos para levantar un muro o mazos para destrozarlo, según se mire. Cualquier diputado con un mínimo de responsabilidad y compromiso con su territorio debe negarse a refrendar este atropello. Debe ser el PSOE, y no sus socios, quien niegue de una vez al presidente. El poder de la billetera podría incendiar esa rebelión interna pendiente que caldeó pero no prendió la amnistía, ni el desprestigio de las instituciones, ni el señalamiento mediático y judicial, ni el despotismo presidencial, ni la sombra de corrupción. «Poderoso caballero es don dinero», escribió Quevedo. Basta que me pisen la dignidad pero «hasta aquí» cuando me arrancan la cartera.